Creo que ya he descubierto por qué hay tantos adultos “cansados”. Porque se pasan el día corriendo.
Y no me refiero a las prisas habituales de la “vida cotidiana”, sino a algo mucho más profundo. A las carreras que nos pegamos para huir de nosotros mismos.
Pensamos que si escapamos de los problemas, si miramos hacia otro lado, o si fingimos que todo está bien, seremos capaces de hacer desaparecer aquellas realidades que nos incomodan.
Pero el hecho es que no importa cuánto empeño pongamos, no importa lo lejos que vayamos, los aparentes cambios que hagamos en nuestras vidas, los “entretenimientos” que ofrezcamos a nuestro cerebro y a nuestro ego para distraerlos de lo que verdaderamente nos pesa… Lo que somos y sentimos en el fondo lo llevamos siempre con nosotros y, antes o después (y siempre hay momentos de silencio y soledad), volverá a salir a la luz.
Porque, y sin meterme en terrenos pantanosos como la reencarnación, tengo la firme convicción (y la vida me lo demuestra de tanto en tanto) de que aquí venimos a aprender, y las lecciones no aprendidas, los daños no resueltos, vienen a visitarnos recurrentemente hasta que aprendamos a superarlos / resolverlos. De ahí, por ejemplo, que repitamos patrones en nuestras relaciones personales, que salgamos con “la misma persona” (i.e. el mismo tipología de persona, con comportamientos similares) una y otra vez. Porque atraemos lo que somos, porque el otro nos hace de espejo y porque, mientras no nos miremos de frente, aceptemos esa parte de nosotros mismos, y la “limpiemos” de alguna manera, seguiremos viviendo un eterno día de la marmota, con pequeñísimas variaciones.
Dicho todo esto, una vez identificado el patrón (que es algo no menor), queda una segunda parte tanto o más dura. Romper con él. Dejar de actuar como un hámster en una rueda, y atrevernos a re-aprender, a re-programarnos y a volver a empezar en uno o varios aspectos de nuestra vida.
Y digo atrevernos porque, aunque ciertos patrones de comportamiento / características de nuestra personalidad / tipos de relaciones nos hagan mucho daño, la comodidad de lo conocido, la obsesión de la sociedad actual por la visión cortoplacista de las cosas y la puñetera homeostasis, acaban pesando más que cualquier beneficio a largo plazo.
Hace falta muchísima determinación para elegir ser la monja americana que gana Iron-mans y no la rana que se deja cocer poco a poco hasta que ya es tarde para saltar de la olla.
Pero la determinación, como todo, es algo que depende exclusivamente de nosotros (de nuevo, buenas noticias, la solución está dentro, no fuera), y su ejercicio (de nuevo, como todo) es cuestión de disciplina y práctica.
Y pasa por: (i) no dejar para mañana lo que podamos hacer hoy (aquí subrayo la importancia de esos grandes retos que se utilizan en el coaching para sacarnos, sin excusas ni retrasos, de nuestra zona de confort); (ii) dar pequeños pasos encaminados a un objetivo mayor (los grandes cambios no se hacen en dos días, sobre todo si lo que queremos cambiar es algo que nos acompaña desde la cuna); (iii) no desesperar en el intento (i.e. ser pacientes con nosotros mismos cuando fallemos, recaigamos o nos veamos tentados a tirar la toalla; tratarnos como lo haríamos a un tercero cualquiera o incluso con nuestro yo de la infancia); y (iv) una vez más, tener cantidades industriales de sentido del humor para no perder la perspectiva ni el foco sobre el mundo y nosotros mismos. Ambos permanentemente en construcción.