Vive como quieras… Y puedas

Mientras Frank Capra brindaba por la libertad de vivir de acuerdo a nuestras propias normas, por absurdas que fueran, y Joaquín Berges por hacerlo de la mejor forma humanamente posible, hay un tercero que sabe combinar las dos y hasta añadirle una tercera.

La persona más sabia, ecuánime, normal (el mejor piropo que hoy en día se le puede decir a alguien) y buena que conozco, siempre ha defendido la idea de ser uno mismo, de conocerse, aceptarse y quererse con lo bueno y con lo malo, y sin que en la ecuación entrara nunca la opinión de los demás. Apostando por vivir de acuerdo a nuestros ideales, a nuestros valores, a nuestras propias reglas, aunque, eso sí, con la bondad de la que hablaba Machado y el respeto hacia los otros como base y condición necesaria.

Pero es que, además, y con esa humanidad y compasión que le caracterizan, en los momentos de duda, de sensación de fracaso, de auto-inculpación, o de auto-machaque, él siempre me recuerda que “hacemos lo que podemos”. Que, aunque tengamos la mejor intención y nos creamos capaces de salvar el mundo, al final del día todos estamos igual. Cada uno en su propia balsa, directos a las cataratas, y luchando por sobrevivir el mayor tiempo posible.

Una vez más, el equilibrio. La fórmula perfecta, con las combinaciones justas de sueños, ambición, ideales, seguridad, libertad e individualismo por un lado, y de realismo, aceptación, humildad, serenidad y auto-compasión por otro. Querer ser, poder ser… pero siempre con el toque imprescindible del deber ser (ése que tiene que ver con ser capaces de mirarnos al espejo).

Todos estamos, prácticamente a diario, sometidos al escrutinio. A la necesidad de unos y otros de etiquetar, encasillar, definir, diagnosticar, enjuiciar, de buscar culpables (o colegas de fracaso/mediocridad – mal de muchos, consuelo de tontos) o de mirar hacia los lados cuando algo no sale bien. Empezando por las generaciones anteriores, que lamentablemente son depositarias de no pocas frustraciones e inseguridades de hijos cincuentones que siguen lamentando ese tricilo que no les compraron a los 3 años.

Y, por si no fuera suficiente con esto y con la sombra de Caín vagando errante por España, está el escrutinio propio. Esa auto-exigencia que, aunque en su justa medida es clave para triunfar (como hemos comentado en posts anteriores), en cantidades desorbitadas puede ser totalmente destructiva.

Esa necesidad que tenemos de encajar, aunque sea en el grupo de las “minorías” (supuestos rebeldes de todas clases), desencadena, en mayor o menor medida, la agotadora actividad de querer ser – o al menos parecer (Instagram, estados y fotos de perfil de Whatsapp, Facebook…)  – exitosos, ricos, equilibrados, guapos, listos, profundos/falsos profetas (mención especial tienen las frases de auto-ayuda de los ya citados estados de Whatsapp), divertidos, populares, queridos, felizmente casados/solteros/divorciados, admirados… Y no sólo en valor absoluto, sino y sobre todo, en valor relativo (“yo más”).

Con todo esto, y entre unas cosas y otras, no es de extrañar que nos pasemos la vida en estado de tensión y nos olvidemos de vivir sin más y disfrutar, a nuestra manera única e intransferible, de las pequeñas y grandes cosas de nuestra propia vida (la nuestra, no la de los otros).

De ir paso a paso, sin prisa pero sin pausa, con el paso corto y la mirada larga pero, sobre todo, y como me recuerda a menudo mi gran amigo y parafraseando a Paul Rudd en “The object of my affection” …”con la cabeza alta, jovencita” (jovencita era Jennifer Aniston en la película…a ver si me van a decir que de qué voy jugando a teenager ahora).

Para él, la otra mitad del alma de YourBest, que predica con el ejemplo en cada cosa que hace y sin importar si alguien le mira, va este post. Con todo mi agradecimiento y admiración.

Porque no todos los homenajes tienen que ser en fechas señaladas.

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