En las últimas semanas y en diferentes contextos dentro del coaching (clientes individuales y grupos) he profundizado mucho en el tema del cambio.
El cambio como una realidad irrefutable, como lo único que, junto a la muerte, es 100% seguro.
Mucho antes de que se hablara del liderazgo de la incertidumbre, o del cambio en las organizaciones, o de la tan repetida frase de “salir de nuestra zona de confort”, ya Heráclito (S. VI A.C.) lo expuso de una forma más poética. “Nunca nos bañamos dos veces en el mismo río”. Todo fluye. En el mundo científico, Lavoisier habla del cambio en la ley de la conservación de la materia (“la energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma”), y Darwin en la supervivencia de las especies. En el mundo de la literatura, Octavio Paz habló de la peligrosidad de la masa humana con miedo al cambio. Y León Tolstoi de la importancia de un cambio desde dentro (algo que Gandhi diría también de forma muy bella – y conocida – con su “sé el cambio que quieres ver en el mundo” y que Michael Jackson parafrasearía en “Man in the mirror”).
En definitiva, el cambio y la incertidumbre no son temas nuevos (ni exclusivos del coaching), como tampoco lo son la homeostasis y su opuesto: la evolución por aprendizaje (término muy utilizado en la actualidad por la Escuela de Palo Alto).
Pero lo que quizás sí sea más novedoso (o, al menos, menos manido) es el cambio como modificación de la estructura de pensamiento.
En estos tiempos recientes, en los que el estudio del mapa cerebral (que ya dijo Ramón y Cajal que teníamos el poder de moldear) vuelve a ocupar el centro de la investigación científica (de nuevo, de la mano de otro español ilustre por el que sentirse orgulloso de nuestro país, Rafael Yuste) el control del pensamiento (y con él, de la actitud, la emoción, el sentimiento y la reacción) se baraja como la principal herramienta para triunfar en un mundo cambiante donde la insatisfacción, el miedo y la frustración campan a sus anchas.
En este sentido, y sin querer ponerme demasiado teórica, algunas corrientes de coaching hablan de pasar del modelo analítico y la lógica disyuntiva (que se basan en la disociación, en el pensamiento binario de distinguir, separar, encasillar; en el determinismo y en causalidad lineal) a un enfoque sistémico y una lógica conjuntiva (algo más en nuestra línea de la Teoría del Todo, de relacionar, de la causalidad circular). Otras escuelas hablan de la fórmula de equilibrio, del cambio de punto de vista. La PNL habla del “reencuadre”. Y algunos autores incluso inventan nuevos conceptos como la “autodeterminación”.
Al final del día, todos concluyen lo mismo.
Hay muchas cosas que no controlamos, entre ellas el cambio a nuestro alrededor (de circunstancias, personas, etc.) o el tiempo. Debemos empezar por aceptar que todo esto es cierto, que no podemos evitarlo, y que no tenemos el poder de manejarlo, pararlo, modificarlo. Como tampoco tenemos el poder de controlar a los demás.
Pero lo que sí podemos hacer (más allá de ser resilientes, flexibles, adaptables y todas esas cosas estupendas de las que hablamos cuando hablamos de cambio) es controlar nuestro pensamiento. Acerca de las circunstancias (y los cambios que traen, no siempre deseados o favorables), acerca de los demás (y su relación con nosotros), y acerca de nosotros mismos en cada uno de esos contextos.
Decía la recientemente fallecida Louise Hay que los pensamientos son sólo pensamientos, y que pueden cambiarse en cualquier momento. Porque no somos nuestra charla interna, sino el ser que la escucha. Y como tal, podemos alejarnos de ella, dar un paso atrás, verla con distancia y modificarla a nuestro antojo. Tenemos la suerte de tener ese gran poder, ese control absoluto sobre la forma de mirar las cosas, de vivirlas, y de reaccionar ante ellas.
Y ese es el gran cambio que debemos hacer. El cambio de perspectiva. Algo muy sutil, casi imperceptible a los ojos ajenos, pero que con fuerza de voluntad y con una disciplina férrea (como la de los famosos 21 días para adquirir un nuevo hábito), puede llegar a darle la vuelta a nuestra vida de una forma radical.
Para ello, ahora sí, es necesario salir de nuestra zona de confort de automatismos, y querer tomar las riendas de nuestra cabeza, para no dejarnos arrastrar por los “pensamientos y reacciones por defecto”. Corregirlos según surjan, reorientarlos una y otra vez hacia donde queremos que vayan para que nos sean beneficiosos, para que nos lleven hacia donde queremos. A una vida mejor vivida, más plena, más satisfactoria.
Porque es una gran verdad ampliamente constatada (dentro y fuera del entorno laboral) que, aunque nada cambie, si yo cambio, todo cambia.