¿Sueño o realidad?

¿Cómo sabemos cuándo ha llegado el momento de rendirse? Esa es una pregunta que me ha surgido en varias ocasiones. Tanto dentro de mi cabeza como fuera  (i.e. otras personas me la han planteado). Es decir, soñar es necesario para sobrevivir, pero, ¿y si la dimensión de nuestros sueños es “desproporcionada” y su consecución imposible? ¿Y si soñar a lo grande acaba resultando en una enorme frustración?

Respecto a este tema he leído muchos artículos de diversa índole, que podrían agruparse en dos líneas de pensamiento claras:

  • la que apuesta por “seguir siempre intentándolo” (“never surrender, just carry on” y todas esos quotes motivacionales) y no cejar en el empeño, pase lo que pase, y pese a quien le pese; y
  • la que defiende el “asumir” la situación, e intentar sacar el máximo provecho de ella (“always look on the bright side of life”…). En este último sentido se movería la teoría de las perspectivas, la fórmula de “equilibrio” del coaching co-ativo, que pretende ver la realidad desde distintos puntos de vista y elegir aquel que más nos “resuene”, para desde él ser y actuar de la manera más fructífera para nosotros.

Yo, personalmente, opto por algo intermedio entre esos dos escenarios tan extremistas.

Y creo que el primer paso es realmente identificar nuestro sueño, y ver cuán importante es para nosotros y en qué medida está alineado con lo que realmente somos.

Es decir, cuánto tiene de sueño y cuánto de capricho, ego, necesidad de admiración o reconocimiento personal, proyección de los deseos ajenos, falsa expectativa construida por nuestra mente…

NOTA: no sé muy bien por qué me viene ahora la “Teoría de la cristalización” de Stendhal que, aunque habla del amor – o más bien del enamoramiento –, tal vez también pueda aplicarse a otro tipo de “sueños”.

Porque opino que, los que nos acaban generando frustración, son estos últimos que, además, están fundamentados mucho más sobre el “tener” que sobre el “ser” y el “hacer” del coaching co-activo.

Porque, efectivamente, y aun cuando pongamos mucho empeño en ello, puede que no consigamos tener un barco, una mansión, 7 coches, un trabajo perfecto y glamouroso, un reconocimiento y fama mundiales, un gran “poder”, una “familia perfecta” (whatever that means, y sospecho mucho de esas aparentes perfecciones)…

Sin embargo, “ser” positivo, apasionado, aventurero, generoso, libre, curioso, ilusionado, bueno… o  “hacer” cosas creativas, acciones solidarias… (por poner algún ejemplo) es mucho más sencillo. Son sueños más flexibles y resilientes.

Sueños que pueden amoldarse a las circunstancias concretas de cada momento (y en todo caso, transitorias, como todo) sin morir, sin perder su esencia, sin agotar su fuerza. Porque no dependen de ellas, sino exclusivamente de nosotros mismos.

Y eso, lejos de parecer una perogrullada idealista y manoseada, debería darnos mucha esperanza y hacernos sentir muy muy poderosos (“in control”).  De ahí frases como “se puede matar al soñador pero no al sueño” o personajes épicos como William Wallace, o héroes cotidianos como aquélla cajera del supermercado que aplicó sus dotes comerciales a su coñazo de trabajo…Personas que han conseguido alcanzar sus sueños (o al menos un poquito) aun cuando la realidad externa pudiera indicar lo contrario (y ponerles todas las trabas del mundo).

Ojo, todo esto sin convertirnos tampoco en la monja de aterriza como puedas, cantando y alegrándonos en los funerales, y siendo positivos a ultranza y de manera ya absurda y nada creíble (realmente pienso que “estar en paz” y “ser feliz” no implica renunciar a tener mala leche, cabreo o tristeza de vez en cuando, que no somos máquinas).

NOTA: sé que no es nada ortodoxo escribir esto en un blog de coaching, pero esas personas tan “felices” y “realizadas” 24/7, son especialmente sospechosas para mí. Sospechosas de ser las más frustradas con su vida y las más asustadas respecto a la realidad, y por eso se esconden (muchas de ellas, no todas por supuesto) detrás de la fe, el new age, y “verdades absolutas” varias para sobrevivir.

Por lo tanto, y volviendo a la cuestión con la que abrí este post, ni emperrarse, ni  resignarse. Simplemente elegir bien por qué luchamos (“choose your battles”), basando la elección en la búsqueda de una vida plena y alineada con nuestros valores. Y luchar, entonces ya sí, sin descanso, pero con cintura y cantidades industriales de: (i) paciencia (con la vida, los demás, nosotros mismos); y (ii) sentido del humor (de nuevo, respecto a la vida, los demás y, sobre todo, nosotros mismos).

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