“You were given the choice between war and dishonour. You chose dishonour, and you will have war.”
Winston Churchill
Hablábamos la semana pasada cuando presentábamos a Eduardo Dávila Miura sobre la ambición y el miedo. Dos emociones imprescindibles cuya mezcla en la proporción adecuada maximiza las probabilidades de éxito.
Hoy nos centramos en el denominador del ratio ambición/miedo y en hasta qué punto pagamos un precio demasiado alto al dejarnos llevar por él.
El domingo pasado fui a ver la adaptación teatral de la magnífica (y durísima) obra de Vargas Llosa: “La fiesta del chivo”. Y sentí la misma repulsa hacia Rafael Leónidas Trujillo que hacia la camarilla de desgraciados que, muertos de miedo ante la crueldad del monstruo, lo adulaban sin parar, perdiendo su dignidad de una forma patética (y haciéndose cómplices de sus horrores).
Y, lo peor de todo, de forma totalmente estéril e inútil. Porque de todos es sabido que ese tipo de individuos no saben de lealtad, y que no les tiembla la mano a la hora de lanzar a los tiburones al mismo que el día anterior le abrillantaba los zapatos. Y probablemente con mucha más saña y humillación que si se tratara de un adversario que les hubiera plantado cara valientemente.
Mutatis mutandis, algo muy similar ocurre en el mundo corporativo, en el político y, en general, en toda estructura muy jerarquizada. Sí, amigas y amigos, esas estructuras que, aun copiando de Silicon Valley las paredes de colores con mensajes motivantes y la ausencia de despachos, no han podido aun atacar el verdadero núcleo de la reforma: el aplanamiento de las cadenas de mando. La responsabilidad individual, la orientación a resultados y, sobre todo, el flujo y generación de ideas en todas direcciones, de abajo a arriba, de arriba abajo, de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Ese es el verdadero reto y no poner una diana para que los empleados jueguen a los dardos.
No es infrecuente, especialmente en épocas especialmente difíciles como la actual, encontrarse con el empleado típicamente pelota que, a la desesperada y aun a sabiendas de que lo tiene perdido, pasa sus días de rodillas ante un jefe que lo desprecia aún más por ello.
Aun cuando cualquier buena película de mafiosos o de nazis nos enseña una y otra vez que el malo que hace cavar su propia tumba al prisionero acabará indefectiblemente pegándole un tiro para que ocupe su nicho, vemos con desesperación que éste no se revela (puestos a morir, mejor hacerlo enfrentándote al verdugo).
Este miedo tóxico se extiende por todos los eslabones de las cadenas jerárquicas. Mención especialmente negativa merece ese tipo de mando intermedio que, creyendo que así sobrevivirá, es especialmente nocivo e incluso cruel con los de abajo y servil hasta la náusea con los de arriba (que levante la mano el que conozca algún caso así en su trabajo).
En muchos estudios de consultoras internacionales se analiza en profundidad la figura de este mando intermedio, así como el racional de su existencia y la aportación real en términos de eficiencia, productividad y rentabilidad de las compañías.
En uno de dichos estudios, publicado recientemente en una famosísima web de economía, se define a los mandos intermedios como “operarios promocionados por sus conocimientos técnicos, pero que se encuentran en dificultades cuando su posición les exige liderar y dirigir equipos humanos, especialmente si dichos equipos están compuestos por miembros senior.” La consultora en cuestión identifica, además, cinco perfiles básicos de mando intermedio: el “Manitas”, el “Bombero”, el “Superman”, el “Cansado” y el “Burócrata”.
No creo que sea necesario entrar a describir cada uno de ellos, pues no sólo la clasificación es auto-explicativa, sino que además estoy segura de que, como digo, muchos estaréis reconociendo ya a muchos de vuestros jefes directos en esas etiquetas.
Incapaces de delegar, obsesos del control, micro-managers entusiastas del papeleo y las gestiones administrativas más propias de sus secretarias… estos mandos hacen lo que sea (incluyendo la fijación frecuente de reuniones absurdas) para justificar sus puestos (de nuevo, el miedo).
Además, en estos casos su miedo no sólo no les favorece a ellos mismos (su gestión, falsamente pro-activa sólo les compra algo de tiempo), sino que perjudica a los miembros de su equipo. A la sensación constante de pérdida de tiempo, se le une la desmotivación resultante de una juniorización que revierte, finalmente, en unos peores resultados para la empresa.
En resumidas cuentas, estos middle men (and women, no se nos vaya a llenar el email de los nuevos inquisidores del lenguaje) nada eficaces y mucho menos eficientes (parafraseando a Peter Drucker), representan exactamente lo contrario del líder emprendedor del que hablaba Schumpeter.
En un mundo en el que el cambio es la única constante, es cuestión de tiempo que tanto entidades privadas como organismos públicos modifiquen sus estructuras para no dar cabida a esta figura.
De hecho, el proceso ya ha comenzado a nivel sectorial. La desintermediación es probablemente una de las consecuencias más relevantes derivadas del desarrollo tecnológico: la prensa (Twitter, YouTube…), la banca (Direct Lending, Crowdfunding, online trading platforms…), la música (Spotify…), la restauración (Glovo…), las agencias de viajes, las editoriales,…
El siguiente paso es que la desintermediación se acabe por abrir paso en el seno de las estructuras más jerarquizadas. Igual que en el resto de casos, será la presión competitiva la que acabe por forzar el cambio (a la fuerza ahorcan). Será entonces cuando la responsabilidad, el talento y las buenas ideas, vengan de donde vengan, fluirán a lo largo y ancho de las organizaciones empresariales o políticas.
Mientras tanto, nuestra recomendación general para unos y otros, es que no permitan que el miedo les haga olvidar qué es lo realmente importante.
No estamos diciendo que tengamos que ser Juana de Arco (aunque la verdad es que no sobrarían más como ella en esta sociedad actual), pero sí que al menos nos pongamos un precio un poquito más alto. Que las cuotas mensuales de la hipoteca no nos hagan perdernos el respeto a nosotros mismos, ni nos impidan poder mirarnos al espejo cada mañana, o incluso mirar atrás algún día con un buen sabor de boca.
Esto es más fácil de decir que de hacer y, como en todo, el equilibrio es clave. Pero al menos es importante tenerlo presente y evitar caer en uno de los extremos (ni valiente suicida ni gusano arrastrado). Truco para no perder demasiado el norte: ¿qué le recomendaríamos a nuestros hijos en situaciones equivalentes a las que nos enfrentamos a menudo nosotros en el trabajo aunque a su nivel? ¿Qué le recomendaríamos a Charlie en Esencia de Mujer? ¿Chivarse como le ordenaba Mr Trask o mantener su dignidad a pesar de las consecuencias como le recomendaba el coronel Slade/Paccino? No more questions, Your Honor.