TED Talks

Descubrí no hace mucho los TED Talks (“Ideas worth spreading”). Son vídeos de conferencias, no muy largas, de personajes de lo más variopinto y temas de todo tipo. Y muchos de ellos son buenísimos.

Hoy he visto uno de Elizabeth Gilbert (autora de la novela autobiográfica “Eat, pray, love”, que se llevó al cine de la mano de Julia Roberts, y que es algo parecida a la historia que Cheryl Strayed narró en «Wild» – un canto al feminismo y a la búsqueda de uno mismo), que me ha parecido muy interesante.

La conferencia es de hace 6 años, en medio de un éxito totalmente inesperado de su novela (hasta entonces había escrito artículos en algunas revistas y cuentos cortos), y del miedo a no volver a estar nunca a la altura de ese best seller.

De sus palabras me gustaría destacar dos aspectos diferentes (más allá de la gracia que me hace el acento americano, su entonación tipo pregunta y sus caras). El primero es precisamente el del miedo a que nuestro mayor logro profesional haya quedado atrás (y aún nos queden otros 40 o 50 años de vida). Este miedo es especialmente característico de los trabajos “creativos” que, como dice ella, siempre se han vinculado al sufrimiento, la inestabilidad mental, la fragilidad psicológica y los egos desmedidos de las personas que los desarrollan (el número de suicidas, borrachos, depresivos…en el mundo del arte, y concretamente de la literatura, es altísimo).

Aunque, de una manera o de otra, en mayor o en menor medida, a todos nos preocupa, especialmente según va pasando el tiempo y nos hacemos mayores, la posibilidad de haber dejado atrás “nuestros mejores años”, o incluso de haber «perdido el tren”.

Por otro lado, y con respecto a la creatividad (que, como decía Antoine de Saint Exupéry, debería ser nuestro modus vivendi – crear, algo, lo que sea, pero crear), Gilbert recuerda cómo en la Antigua Grecia y en Roma se atribuía a seres mágicos, a dioses, que la ponían a disposición de los humanos en determinados momentos. Es decir, la “genialidad” no estaba dentro del artista, sino que venía de fuera, con lo que eludía toda responsabilidad (tanto de éxito como de fracaso).

Esta distancia, como dice la autora (y de la que también habló la poetisa Ruth Stone), es clave para protegernos (para bien o para mal, el ego es muy frágil e influenciable) del resultado, de la opinión externa de nuestra creación. Porque es ese terror, tanto al “éxito” como al “fracaso” (ambos entrecomillados, porque son conceptos muy subjetivos, pero aquí los entiendo como “aceptación social”), el que inhibe el talento creativo. O el que nos impide a lanzarnos a perseguir nuestros sueños. Cualesquiera que sean.

Porque si realmente escribiéramos, pintáramos, bailáramos, cantáramos porque nos gusta, olvidándonos del resto del mundo (e incluso de nosotros mismos en nuestra peor versión – autocrítica, sentido del ridículo, necesidad de reconocimiento, etc.), habría muchos más artistas y, sobre todo, mucha más gente feliz y libre. Libre totalmente para ser y hacer lo que quisieran, sin limitaciones exteriores ni interiores. (“Dream big!!!!”).

Sí, puede que este blog sea uno más. Puede que no lo lea nadie. Puede que no tenga ningún impacto, ni cambie vidas, ni se convierta en viral (no sé qué es eso, pero me hace mucha gracia). Pero ¿y qué? A mí me apetece escribirlo. Me apetece intentar tener un impacto y transmitir a los demás mi optimismo, y mi fe en que todo es posible. Yo creo en mí, sé lo que siento como cierto y verdadero.  Y ése, siempre, es el primer paso.

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