En los últimos días he leído varias cosas que me han llevado al mismo tema. Al de soltar, con el que acababa mi post anterior.
La búsqueda infructuosa de Houdini (que anhelaba más que nada encontrar alguna certeza del más allá, para contactar con su madre), la batalla perdida contra la muerte de Canetti, la tristeza en la vida en el exilio (que trastocó sus planes vitales, incluso los de divorcio) de Elena Fortún, y un artículo que hacía referencia al método de las 4 preguntas de Byron Katie.
De una u otra manera (este último, de forma totalmente explícita) todos hablan de la resignación, palabra que a menudo confundimos con aceptación. Y, realmente, no tienen nada que ver.
Según la R.A.E, la resignación se define como “conformidad, tolerancia y paciencia en las adversidades”. Pero en nuestra sociedad esta palabra tiene connotaciones negativas, pues la relacionamos con el fracaso, con tirar la toalla, con rendirse, con vivir aferrados a un dolor o una decepción que creemos inmutables.
Aceptar, sin embargo, es “recibir voluntariamente o sin oposición lo que hay”. Y yo diría que es una palabra mucho más neutral, incluso falta de emoción. O en todo caso, está relacionada con la serenidad. Como cuando en meditación nos dicen que observemos nuestros pensamientos como si estuvieran pasando por delante de una pantalla en el cine. Sin aferrarnos a ellos, sólo dejando que transcurran ante nuestros ojos.
Aceptar el momento actual tal y como es no implica rendirse en lo que se refiere a nuestros deseos para el futuro. Significa tan sólo estar presente y con lo que hay, sin patalear de forma estéril por lo que debería ser. Significa tener resiliencia y flexibilidad para adaptarse a las circunstancias, aun cuando difieran de nuestro ideal o de nuestras expectativas iniciales. Y seguir en movimiento, buscando nuevas alternativas, nuevos caminos, utilizando el momento actual, el real, sea el que sea, como punto de partida.
Es en ese momento de aceptación el momento en el que soltamos.
Soltamos “el peso del mundo” (afirmación que he oído de varios clientes en sesiones de coaching) que no nos corresponde ni depende de nosotros. Soltamos la responsabilidad respecto a los actos y actitudes de los demás, que nunca ha sido ni será nuestra. Soltamos la obsesión por el control, no ya sólo de nuestras vidas en todos los ámbitos (la vida nos sorprende a menudo demostrándonos que casi nada está en nuestras manos), sino de la de muchos de los que nos rodean, a los que inconsciente o conscientemente intentamos moldear y encaminar a nuestro antojo.
Y soltamos, como decía la semana pasada, expectativas.
Y ésta es, en mi opinión, la mejor parte. Porque podemos seguir soñando y visualizando claramente lo que queremos en el futuro. Pero sin esperar nada diferente de lo que tenemos en este preciso instante.