Si ya lo decía Alaska…

En mi último post le di algo de caña al género femenino. Y hoy no me queda más remedio que volver a hacerlo, pero esta vez no como “mera espectadora de la realidad”, sino como parte integrante de este colectivo que aún tiene tanto lastre absurdo que soltar.

Todo ha venido a raíz de un artículo sobre la apreciación que estoy preparando (y que publicaré en este blog más adelante), y para el cual inicialmente consideré el enfoque del wrap-up anual (valorando las cosas buenas y sacando aprendizaje de las malas, típico) y los “new year’s resolutions”. Tal vez porque alguien muy querido me regaló un cuaderno con una dedicatoria que decía “vas a conseguirlo…”. El caso es que decidí estrenar ese cuaderno con mi lista de los deseos para 2017. Una lista sin filtros, no ya sólo de realismo (que a mí no me suele costar nada soñar a lo grande), sino sobre todo de “qué diría la gente si leyera esto”.

Y ahí viene el tema del que quería hablar hoy. Porque al “soltarme”, me di cuenta de que lo que más me “avergonzaba” escribir ( y que nadie se espere aquí nada realmente morboso o exciting…) eran mis deseos y aspiraciones profesionales. Los que tienen que ver con mi carrera profesional por un lado, o mi proyecto de coaching por otro. Los que implican reconocimiento de algún tipo (título, salario,…).

¿Por qué me costaba tanto reconocer en alto (o por escrito, en este caso) que a mí no me vale ni me valdrá nunca el “tienes un buen trabajo y una familia” (…”y eso ya es mucho para ser mujer” –coletilla que implícita o explícitamente he escuchado en no pocas ocasiones)?

¿Por qué me asustaba pensar en los calificativos que muchos me podrían atribuir si conocieran “mi secreto”? Atributos tales como: “ambiciosa” (espetado como si fuera un insulto o algo negativo); ”quiero-triunfar”; “mari macho/poco femenina”; “mala madre”; “cabrona”… (y aquí hago referencia al post anterior, en el que hacía un llamamiento a mis congéneres a que no optaran por un liderazgo femenino que intente emular al masculino; ni por el machaque entre mujeres para evitar que “suban” y/o “nos hagan sombra”, porque es aquí donde nos hace daño).

¿Y por qué tenía la certeza de que no estaba sola en esos miedos?

Sería fácil decir que detrás de esas “acusaciones” hay siempre alguien muy muy inseguro. Y digo alguien por no decir hombre, que no quiero ponerme como Jennifer López ni promover un movimiento “I ain’t your mamma”-like.

Pero no sólo es inseguro el hombre (ya sea jefe, compañero de trabajo o pareja) que se siente amenazado por una mujer con altas metas profesionales (es la amenaza que supone – a su ego, normalmente – la que se encuentra por debajo de dichas palabras). Si no sobre todo la mujer que las acepta y acaba asumiéndolas como suyas propias. Porque sí, yo misma me he auto censurado en algún momento y me he criticado por tener esas aspiraciones. Negándomelas, negando una parte importante de mí.

¿Y qué es eso sino cortarse las alas? A menudo (que no siempre) no son los demás (ni las circunstancias) lo que nos separa de nuestros sueños. Somos nosotros mismos, y las barreras que nos construimos para no ser quiénes realmente queremos ser. Puede que sean otros los que nos den las piedras, pero somos nosotros los que decidimos amontonarlas para crear un muro. O cargarlas en nuestra espalda, para que nos impidan avanzar y nos tengan bien anclados al suelo.

Así que, sí. Para 2017 espero, entre otras cosas, ganar más pasta, que me asciendan en el trabajo y tener un coche nuevo. Y respecto al coaching, tener muchos clientes nuevos, desarrollar programas y planes nuevos con diferentes colectivos, dar charlas, cursos y conferencias y publicar un libro. Así, resumiendo . Y si no consigo nada de esto (o parte), ni me retractaré de lo dicho, ni me sentiré una fracasada, ni nada por el estilo. No. Seguiré deseándolo en alto, o puede que desee cosas nuevas y mejores… quién sabe.

Pero, en cualquier caso,… ¿a quién le importa lo que yo haga?

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