Nunca es tarde

“It’s not too late. You can still go back to college.”

Douglas Springsteen a su hijo Bruce.

 

No sé si se trata de una consecuencia de que Beatriz y yo provengamos de un determinado extracto laboral o social. En todo caso es llamativo. No el hecho en sí, sino que casi nos atreveríamos a decir que afecta a una gran mayoría de las personas con las que trabajamos en cuestiones relacionadas con el coaching/mentoring e incluso muchas de nuestro entorno privado.

Este es el arquetipo:

  • Profesional de una gran empresa, institución financiera, firma de consultoría o despacho relevante.
  • Edad: cuarenta y bastantes.
  • Carrera: relativamente exitosa pero sin llegar a los puestos de arriba del todo.
  • Sueldo (compensación total): aceptable dentro de su empresa pero 1) lejos de los que más cobran; y, esto es clave, 2) muy por encima de lo que se cobra en trabajos más “normales”.
  • Proyección (o percepción de proyección) profesional: inexistente.
  • Percepción del peso de la política, nivel de injusticia y falta de meritocracia: 9 sobre 10.
  • Percepción de falta de reconocimiento e incluso de falta de respeto: 9 sobre 10.
  • Percepción de que sobran y si no los echan a la calle es porque sería caro: 9 sobre 10.
  • Nivel de motivación: 1 sobre 10.
  • Percepción de falta de alternativas fuera de la empresa debido al sueldo que ganan: 9 sobre 10.
  • Nivel de angustia y ganas de dejarlo: 10 sobre 10.

Pero no lo dejan, por distintos motivos. El más obvio y directo es que tienen que hacer frente a una serie de gastos y no se pueden permitir poner en riesgo la fuente de ingresos. No hay más. Hay que apechugar y “bastante suerte tenemos”, que otros están igual y ganan diez veces menos en trabajos mucho más duros.

Aquí entra en juego un factor muy importante, que incrementa la angustia: el sentimiento de culpa. Realmente se encuentran muy mal, quizá no duermen bien por las noches desde hace años, la salud puede estar resintiéndose (desde luego la mental), pero, al sentirse unos privilegiados en términos relativos, se consideran unos blandos e incluso inmorales por quejarse (“venga, venga, déjate de tonterías, que hace mucho frío ahí fuera”).

En definitiva, se sienten sin ningún futuro ni motivación, despreciados por la organización y dentro de una jaula de plata (ni siquiera de oro) de la que no pueden escapar.

En cuanto a los motivos, hay algunos aun peores. Si al menos la razón de la resistencia es cien por cien pragmática (necesidad del dinero para vivir), todo cobra más sentido. La angustia se hace más soportable. Toca apretar los dientes y ya escampará. El problema se agrava cuando la verdadera razón es el estatus social frente a amistades, pareja o familiares. Ahí ni siquiera cabe agarrarse al “aguanto porque no me queda otra”.

Ahora viene lo difícil: ¿qué hacer? Muchos “colegas” del gremio se despacharían a gusto con recetas del tipo “sé valiente y persigue tus sueños”; “rompe las cadenas y libérate”; “sal ahí fuera y demuestra al mundo y a ti mismo lo que vales”.

Nada más lejos de nuestra posición. En primer lugar, ni siquiera creemos que haya una respuesta y además para consejos gratuitos y no solicitados ya hay suficientes influencers y youtubers.

Lo que sí podemos ofrecer, de entrada, es mucha empatía y comprensión porque sabemos exactamente cómo se sienten. Nosotros también hemos pasado por ahí de una forma u otra con independencia del resultado final.

Nuestra aproximación es más realista, a menudo teniendo que elegir entre la menos mala de dos malas soluciones. La deformación profesional nos lleva a expresarlo en términos financieros:

  • a) Trata de pensar en cómo te vas a sentir en los próximos diez años si sigues aguantando y “cortando cupón” hasta que te echen. Trata de traer esos sentimientos futuros a hoy, como si fuera el valor presente neto de una inversión.
  • b)Piensa ahora cómo te sentirías en un trabajo distinto, quizá peor remunerado pero mucho más interesante y satisfactorio. Cuánto te afectaría la presión social que comentábamos antes.

Como en tantas otras ocasiones, lo difícil aquí es ser sincero con uno mismo, o simplemente conocerse lo suficientemente bien. Es reconocer que quizá uno no es como le gustaría ser. Es, llegado el caso, poder decirse a sí mismo: “me sentiré peor si en la boda del sábado tengo que decir que ya no trabajo en la empresa xxx que si aguanto en el trabajo a pesar de todo”.

Cualquier decisión será mala, pero una será peor que la otra. Es como esos inversores que compraban bonos a tipos negativos. No es que se les hubiera ido la cabeza sino que la alternativa (el coste de mantenerse en liquidez) era aún más gravosa.

En todo caso, lo primero que hay que comprender es que esa angustia es totalmente comprensible con independencia de cómo le vaya a los demás. En caso contrario, gente que lo tiene absolutamente todo a nuestros ojos no podría deprimirse. Gianluigi Buffon (muchos años portero de la Juventus de Turín) o Andrés Iniesta dicen que durante sus respectivas depresiones se sentían culpables por sentirse así a pesar de tenerlo todo (fama, dinero, éxito,…).

Finalmente, si después de todo decidimos abordar el cambio entonces sí que hay que planearlo muy bien, por fases, con un objetivo muy claro y con la ejecución muy bien planteada y definida. Es sobre todo en esta fase donde nosotros podemos ayudar. Aunque decimos que no queremos dar opinión, los que nos conocen saben que, en la medida de los posible, en YourBest nos decantamos por actuar y dejar el dontancredismo a otros. Y algo tan o más importante: saben que a nivel personal podemos decir que predicamos con el ejemplo. Nada de consejos traigo que para mí no tengo.

A los cincuenta no se debería estar al final de ningún camino. Al revés, en según qué trabajos puede que sea el punto óptimo entre juventud y experiencia necesarias para obtener el mayor éxito profesional. Paul Cézanne realizó su primera exposición individual a los 56 años. John Pemberton inventó la Coca-Cola a los 57 años. Ánimo. Nunca es tarde.

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