“Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia”.
Plegaria de la Serenidad. Reinhold Niebuhr.
Aunque estaba al 99% seguro del resultado del pequeño experimento que voy a relatar a continuación, lo llevé a cabo para así poder presentar los resultados de forma empírica: le realicé una simple pregunta a Beatriz, a quien no le gusta el fútbol especialmente, y pude confirmar que no le sonaba de nada el nombre de Joan Capdevilla y, sin embargo, sabía perfectamente quién era Cristiano Ronaldo. Fin del experimento.
Joan Capdevilla, más allá de su mayor o menor popularidad, no es un cualquiera. Nadie que ha sido titular en una final de una Copa del Mundo de fútbol, luego ganada brillantemente, puede serlo.
Estamos, pues, ante dos jugadores de élite. Veamos ahora cómo encaran el éxito cada uno de ellos:
- En las entrevistas que le hacían a Capdevilla, ya con la Copa del Mundo en la mano, recuerdo escucharle decir “pero ¡qué hace un tío como yo aquí! Yo no pinto nada entre todas estas estrellas y menos ganando un mundial. Estoy esperando despertarme y resulta que no me despierto, que es todo verdad”.
- Cuando el Real Madrid ganó su decimotercera Copa de Europa, Ronaldo aprovechó para echar agua al vino de la celebración de uno de los días grandes del madridismo anunciando, todavía desde el campo, que se iba del equipo. Estaba celoso porque no marcó ningún gol y el héroe de la final fue Gareth Bale (sí, aunque pueda resultar contraintuitivo, Bale sale en todas las fotos de los éxitos recientes del Real Madrid).
Dos éxitos deportivos de primer nivel y dos reacciones completamente distintas. Me atrevería a decir que dos niveles de felicidad totalmente diferentes, también.
Como casi siempre, todo tiene que ver con las expectativas y, concretamente, con lo que Sonja Lyubomirsky, psicóloga por Harvard y doctora en psicología social y de la personalidad por Stanford, denomina Hedonic Adaptation (recomiendo escuchar el podcast Hidden Brain en el que Shankar Vidantam entrevista a Sonja).
Resulta que todos nosotros tenemos una capacidad increíble para adaptarnos a los cambios positivos en un tiempo récord para, automáticamente, dejar de valorarlos.
Si en los años 80 me hubieran dicho que iba a poder a asistir a una clase por Zoom con 20 personas a la vez, situadas todas en países y continentes diferentes, me habría quedado con la boca abierta. Es una auténtica maravilla que, no obstante, ya he asimilado. Si ahora voy en el coche hablando con alguien en México y de repente se corta la comunicación por la razón que sea, empiezo a despotricar contra la compañía telefónica, contra el país o contra lo que sea.
Por eso hay gente mayor que, no recordando la España de los 70, por ejemplo, se queja amargamente, y de forma totalmente sincera, de nuestras carreteras, de la puntualidad de nuestros trenes o del sistema nacional de salud. Solo si de repente hacen a un viaje a un país en vías de desarrollo se les vuelve a colocar la cabeza en su sitio por un tiempo limitado.
Esta adaptación instantánea a los cambios positivos es el reverso de la moneda del clásico “no hay mal que cien años dure”. Resulta que funciona en las dos direcciones y, de hecho, la doctora Lyubomirsky encuentra razones evolutivas, de supervivencia de la especie, detrás de este sesgo cognitivo.
Un concepto que va de la mano del de Hedonic Adaptation es el de Hedonic Treadmill. Queremos algo, lo conseguimos, una vez que lo tenemos lo dejamos de valorar y volvemos a la casilla 1 de la infelicidad inicial.
Podemos querer la casa de nuestros sueños en un barrio mejor. La felicidad temporal de conseguirla se ve empañada por el descubrimiento de que en ese nuevo barrio hay casas mucho mejores que la nuestra.
En el fondo se trata de conceptos ya apuntados en el hombre-masa de Ortega y Gasset o en La Paradoja del Bronce de Manuel Conthe. Como todo depende de dónde ponemos la barra de medir de las expectativas, jugar por el tercer y cuarto puesto nos hace verle las orejas al lobo de quedarnos fuera del podio, mientras que al perder una final nos centramos en la pérdida del oro y no en que acabamos de ganar la plata.
Nada hay, en fin, nuevo bajo el sol. La fórmula de la Satisfacción sigue siendo igual a Realidad menos Expectativas.
Volvamos ahora al caso de Capdevilla y Ronaldo. Desde fuera, da la sensación de que los niveles de satisfacción generales del primero son más altos que los del segundo. Ronaldo ve el vaso siempre medio vacío y quizá esa sea parte la explicación de sus continuos éxitos (aun a costa de su felicidad interior).
Al describirlo así, podría dar la sensación de que Capdevilla es alguien más bien bonachón, más pegado a la realidad, más conformista y más feliz. Cuidado: estamos hablando de un titular en la selección campeona del mundo. Nadie llega a esa posición sin unas altísimas dosis de trabajo, sacrificio, talento, competitividad, equilibrio, autoestima, ambición y, sí, ego. Vayamos con este último punto, que es la clave de todo.
Los alumnos que no tienen una formación financiera previa se suelen sorprender cuando les digo el primer día de clase que la deuda para una compañía es buena. Que cuanta más deuda, más valor de la compañía hasta un punto en el que resulta excesiva. Resulta que la estructura óptima del capital (aquella que maximiza el valor de una empresa) no se corresponde necesariamente con tener poca deuda. Más bien, al revés.
Obviamente, la clave de este Black Jack imaginario es situarse lo más cerca de 21 sin pasarse. Pues bien, al ego, como a la ambición, a la agresividad, a la deuda o al colesterol les pasa lo mismo. Son términos con mala fama pero resulta que tener el colesterol demasiado bajo, como tener demasiada poca deuda o tener demasiado poco ego también es perjudicial.
De modo que ese va a ser nuestro propósito para 2022. Intentar no perder la perspectiva para disfrutar de lo que tenemos o hemos conseguido (el “qué hace un tío como yo aquí” de Capdevilla) con las dosis de “deuda” (ego, ambición) justas (siempre por debajo del 21 de nuestro Black Jack) que nos hagan a la vez progresar y conseguir todas nuestras metas.
Si ya comer más verdura o ir al gimnasio eran objetivos prácticamente inalcanzables, éste parece de ciencia-ficción. Pero merece la pena intentarlo asumiendo que 2022 sea, como todos esperamos, el año en el que dejaremos atrás de una vez la maldita pandemia del Covid. Huyamos de la Hedonic Adaptation. Que no se nos olvide lo que deseábamos vernos y estar todos juntos cuando no podíamos. Feliz Año.