NO al cinismo

“I hate cynicism a great deal worse than I do the devil; unless perhaps the two were the same thing”.

Robert Louis Stevenson

Los efectos de dos crisis económicas tan severas y encima prácticamente consecutivas como la financiera de 2008 y la actual del Covid se están dejando notar en el mercado laboral. Aún más si a ello unimos una revolución tecnológica/digital que, con todas sus ventajas, devora modelos de negocio y estructuras productivas a la velocidad de la luz. Por más que uno se haya mentalizado de que tiene que “abrazar el cambio” (a la fuerza ahorcan), sencillamente no hay tiempo material para reciclarse.

En palabras de Jorge Bustos, “los jóvenes se debaten entre engrosar el 40% de paro o trabajar por un 50% menos de salario que sus padres. Y sus padres cargan con un peso fiscal creciente y lidian con la presión darwinista de un mercado laboral en reconversión mientras una clase política devorada por el cinismo blinda sus nóminas y declara abolida la rendición de cuentas”.

En medio de un panorama como mínimo inquietante cuando no directamente desolador, ha aparecido un colectivo que nada a contracorriente: los emprendedores y fundadores de Start-Ups. Suelen ser jóvenes, camiseta o camisa por fuera del pantalón, zapatillas cool (tipo New Balance o vintage de Adidas o Nike), reloj digital vía satélite para su actividad de running, consumidores de smoothies de zanahoria y rábano y portadores de tarjetas de visita donde hay más CEOs y Managing Partners que arena en el desierto.

No obstante, el principal rasgo, la característica definitiva para identificarlos, la verdadera prueba del algodón es su eterna sonrisa. En un entorno económico como el descrito al principio, ¿de qué se ríen tanto estos nuevos emprendedores?

   

Bueno, si es cierto que cierran “rondas de financiación” de cientos de millones de euros y que luego sacan sus empresas a bolsa por miles de millones (e.g. Glovo) seguramente tienen muchas razones para partirse de risa.

Pero dejemos por ahora este oasis de felicidad y volvamos al centro de la campana de Gauss. El cinismo que atribuye Bustos a la clase política en realidad se extiende prácticamente por todas partes. Y es que, a menudo, todos nosotros nos vemos prácticamente obligados a utilizarlo para protegernos ante entornos abiertamente hostiles.

Una de los ejercicios que utilizamos habitualmente en nuestros cursos o sesiones individuales que ya hemos comentado aquí en otro contexto (ver El Embudo……) es preguntar “qué querías ser de pequeño, cuando tenías 12 años”. Por no extenderme mucho de nuevo con esto, resumamos diciendo que el niño sueña con ser futbolista, pero nunca con ser árbitro. Luego la vida se impone y acabas siendo árbitro, enterrador o funcionario de prisiones.

Es aquí donde se necesita desarrollar un proceso de racionalización. Sigamos con el ejemplo de la vida de un árbitro de primera división: cobran más de 300.000 euros al año por entrenar una o dos horas al día para mantener la forma física y luego viajan por toda España (o el mundo si son internacionales) a arbitrar partidos y estar en el campo rodeados de estrellas cuando la gente paga fortunas por la posibilidad de asistir en directo en la grada.

Claro que no es ser Messi, pero a mí sinceramente me parece un trabajo espectacular, que encima te deja tiempo para llevar a los niños al colegio y aprender a tocar la guitarra si te gusta. Ver el arbitraje así, algo que jamás habríamos elegido de niños, implica un proceso de racionalización imprescindible que idealmente nos acabará llevando a valorar lo que tenemos y no echando de menos lo que pudo ser y no fue. El vaso medio vacío o medio lleno de toda la vida.

El problema viene cuando, como en el momento actual, las circunstancias aprietan y el proceso de racionalización que todos idealmente hemos llevado a cabo (no hagas lo que te gusta sino haz que te guste lo que haces) se pone a prueba. Cuando, por las razones que sean, ir al trabajo se convierte en un infierno. Es ahí donde digo que la tentación del cinismo aparece como escudo protector.

Ejemplo clásico que he visto muy a menudo durante el último año: a nadie le importa lo que hago. Nadie lo valora, ni parece interesarle, no digamos felicitarme por algo, pero tampoco me dan demasiado la lata. Con lo del teletrabajo he ganado flexibilidad y me siguen pagando así que estoy feliz, un poco bajo el radar. Estoy en el mejor de los mundos.

Aquí se puede apreciar cómo un poco de cinismo puede ayudar a sobrellevar una situación difícil (nada produce más estrés que sentirse prescindible o que nuestra labor carezca de sentido o de un mínimo reconocimiento). El problema es que el cinismo es como la inflación. Como se descontrole luego es muy difícil pararlo y sus efectos son devastadores.

Como siempre hemos defendido en YourBest, no hay soluciones mágicas ni de galletita de la suerte. Situaciones como las que acabamos de describir requieren de análisis de posibles medidas a tomar y de la elaboración de un plan para llevarlas a cabo.

Pero mucho antes que eso, y por mucho que cueste, es imprescindible intentar no engañarse a uno mismo. Entre pensar que lo que hacemos no le interesa a nadie y que nosotros no le interesamos a nadie o que directamente no valemos para nada sólo hay un paso.

Una consecuencia directa de esta espiral es dejar de esmerarnos en el trabajo bien hecho (¿qué más da si a nadie le importa?), lo que, si no se le pone freno a tiempo, puede desembocar en perdernos el respeto a nosotros mismos. Estaríamos ante una profecía autocumplida.

El trabajo hay que realizarlo con orgullo, con el mayor interés y de la mejor manera posible. Bajo cualquier circunstancia, favorable o adversa. No por ningún tipo de ética o sistema de valores (que también) sino por mera supervivencia. Por puro egoísmo si se quiere.

Inciso para batallita del abuelo pero que viene al caso: año 2006. Yo, responsable de análisis. Beatriz, analista de bancos. Clásica pelotera entre Beatriz y yo. Contexto: Beatriz es la mejor profesional que he conocido en mi vida, pero 1) hay que convencerla con argumentos, no admite órdenes que no entienda o le parezcan absurdas; 2) como todos, a veces tiene días malos. Más contexto: yo también tenía días malos de vez en cuando:

Beatriz: ¿Me estás montando este pollo por una coma y un acento?

Roberto: Sí. Si está mal, está mal y se acabó. No hay matices.

B: Se te va la olla. Claro que hay matices. Yo aquí estoy para ser analista, no correctora de textos. Además, ¿qué más da, si luego los de ventas ni se lo leen?

R: ¡Da igual! ¡Es tu trabajo! Por otra parte, esto se envía a todos los inversores. Es como si mandaras 2.000 curriculums al día. Si no lo entiendes vas a tener que elegir entre lerda o lack of respect.

B: Que te den con tus disyuntivas de psicópata.

R: Vale, pero pon el acento y la coma.

B: Dimito ahora mismo. Me voy a mi casa. Hasta nunca. Esto es insoportable.

R: Hasta mañana. Te toca pagar a ti el desayuno.

Estoy seguro al 99,99% de que absolutamente nadie de los que puedan estar leyendo esto tiene la menor idea de quiénes fueron los árbitros del último partido de baloncesto entre el Barcelona y el Real Madrid. Son seres prácticamente invisibles. Su labor es en el mejor de los casos ignorada y, sin en algún momento no lo es, es para ser duramente criticada.

Este video muestra lo en serio que se toman su trabajo, motivándose en el vestuario (una total sorpresa para mí) y analizando su labor en el descanso. Se trata de una actitud que ejemplifica lo que digo: ellos se toman su trabajo muy en serio aun sabiendo que prácticamente nadie se lo va a agradecer.

Ahora que estamos en una renovada época de prohibiciones casi inquisitoriales, hagamos de la necesidad virtud y sumémonos a la fiesta: NO al cinismo.

Dejar un comentario

Escríbenos

Por qué esperar si podemos empezar ya. Escríbenos y te contestaremos tan pronto como sea posible.