No sólo hay que ser bueno, sino también parecerlo”.
A todos nos suena esta frase, que hemos oído (al menos yo) miles de veces desde pequeños. Y en el entorno laboral cobra cada vez más importancia.
La imagen que proyectamos. La auto-venta, el self-marketing. La forma en que nos presentamos a nosotros mismos, nuestra valía, nuestros proyectos, nuestro trabajo.
A lo largo de mi carrera profesional he podido constatar esta gran verdad en más de una ocasión.
La primera de ellas fue en mis años de M&A en Londres. Tras noches enteras sin dormir (al puro estilo all-nighter de “Monkey Business”), cuadrando modelos entre pizzas y cafés (de nuevo, muy cliché del sector) y echando cabezaditas debajo de la mesa de tanto en tanto, llegó el gran día. Mi VP y yo (entonces analista) teníamos que ir a entregar nuestra presentación (repleta de DCFs, combos, comps, y métodos de valoración varios) a Mr. X, un súper jefazo de Nueva York que venía a ver clientes y a sorprenderles con nuestras ideas.
G., el VP que había coordinado el trabajo y que admiraba de una forma totalmente infantil a Mr. X, se lanzó cual fan entusiasta hacia él (como si fuera Leonardo di Caprio) cuando bajó de su limusina. No pudo ni articular palabra, le miraba como si fuese una aparición, mientras yo en la lejanía me moría de vergüenza ajena y sentía una gran lástima. Porque Mr. X le miró con un tremendo desdén/asco y tan sólo le dijo: “dale las presentaciones a mi secretaria”, y se lo quitó de encima mientras caminaba hacia la oficina del cliente. Ni gracias. Ni buen trabajo. Nada. Después de más de 72h seguidas en el banco y múltiples semanas de trabajo duro.
Huelga decir que G. se quedó totalmente hundido y, lejos de irse a dormir a su casa o a estar con su familia, se pasó el día lloriqueando delante de una (o 20) coca-colas mientras yo le reprendía por su estupidez (sí, yo era la analista y él el VP, pero ahí íbamos de persona a persona, y yo lo veía más claro… supongo que ya apuntaba maneras como coach).
Su actitud fue la de alguien que no se hace respetar, que no da importancia a su trabajo, a su tiempo, a su esfuerzo (ni al mío, por cierto). Se presentó como un pelele servil que asume (como tantos otros, para gloria de sus jefes) que le debe toda su vida a la empresa. Sin medida, sin límites, sin exigencias, sin ponerse en su sitio. Este tipo de personas no trabajan por respeto a sí mismos, por dignidad, por amor propio, por la satisfacción de hacer las cosas bien, de crecer, de mejorar, de aprender. Sino para ganarse la atención de unos jefes (que no líderes) a los que idolatran y temen a partes iguales, y que normalmente los desprecian precisamente por arrastrarse y respetarse tan poco.
G. tendría que haberse comportando con más seniority y liderazgo, controlando sus emociones, explicándole serenamente a Mr. X el contenido de la presentación que le llevábamos y el trabajo que había detrás. Tendría que haberse creído su puesto, en ese caso VP. Pero si hubiese sido analista, también tendría que haberse dado importancia y creérselo, pues sin sus Excels, sus Powerpoints y su esfuerzo herculiano, Mr. X no habría tenido reunión, ni deals, ni millones de dólares en su próximo bonus.
Después de este capítulo he vivido muchos, muchísimos más, del mismo estilo. Momentos en los que he sido testigo de actuaciones bochornosas de personas con cierta seniority y edad (aunque no creo que sea un tema de años biológicos o en el mundo laboral) que se han dejado ningunear por sus jefes, y no han sabido poner en valor su trabajo o, peor, su persona.
Nos guste o no, la imagen es fundamental. Es algo que tenemos que aceptar, como el hecho de que no se puede venir a trabajar en chándal o que yo tengo que llevar tacones de 15cm para que me tomen en serio (en todos los entornos, no sólo en el laboral, porque midiendo 1.50 y llevando talla 12 años de ropa es complicado).
Es importante presentarnos con aplomo, seguridad en nosotros mismos, en nuestra capacidad y nuestro trabajo, aunque al principio tengamos que fingirlo (con el tiempo, acabará saliéndonos de forma espontánea y natural).
Para ello, y a nivel más práctico, debemos, en primer lugar, aprender a dosificar las entregas, especialmente en los casos de jefes insaciables que no valoran nada y lo quieren todo ya (“I want it all, and I want it now”). Hemos de saber explicar que los proyectos llevan tiempo y esfuerzo, sobre todo si queremos que sean de calidad (en caso contrario, si empezamos a alimentar a las bestias de “dame más”/“lo quiero para ayer”, acabaremos en una espiral interminable de ansiedad, estrés y caída en picado de la calidad de nuestro trabajo).
Una vez terminados, hay que saber envolver, empaquetar, adornar y presentar bien los proyectos. En este sentido, son muchas las herramientas de las que podemos hacer uso. Por ejemplo, es de sobra conocido que la jerga profesional se utiliza muchas veces para dar un barniz de complicación y sofisticación a las cosas (aparte de como barrera de entrada). El lenguaje técnico, acompañado de una controlada/estudiada comunicación verbal y no verbal (recuerdo aquella frase de Pericles: “los líderes no dejan nada a la improvisación”), serán, una vez más y como hemos subrayado en otras ocasiones, las claves del éxito a la hora de “parecer bueno”.
Pero todo esto sin olvidar que la primera parte de la frase con la que inicié este post (“no sólo hay que ser bueno…”) es condición absolutamente necesaria (por eso mi ejemplo ha sido el de dos personas que habían hecho ya un buen trabajo). Hay que ser bueno, tener los hard skills, y trabajar duro antes de llevarnos las manos a la cabeza porque “no me promocionan”, “no me suben el bonus”, etc.
Porque a los vendedores de humo se les acaba pillando antes o después.