La manidísima frase “menos es más”, que tanto se utiliza en temas de moda, estilo… me resulta cada vez más útil para nuestras sesiones de coaching. Y también como mantra para la vida en general.
Cuanto menos peso llevemos encima, cuanto más livianos y sencillos vayamos por la vida, más fácil será todo. Y con peso me refiero a rencores, arrepentimientos y frustraciones varias que vamos acumulando a lo largo de nuestra vida adulta (los niños son ligeros como plumas y simples en el mejor y más positivo sentido de la palabra).
Esas tres losas son las que la mayoría de las personas que nos contratan arrastran consigo, tanto en sus vidas profesionales como personales. Y las que, en consecuencia, les impiden estar en paz y ser libres.
Demasiados reproches a sí mismos o a los que les rodean, e incluso a los que ya no están (la culpabilización a los padres, ya desaparecidos, de nuestras carencias y taras de adultos es un súper clásico), como para poder respirar tranquilos y caminar con desenfado y menos intensidad/ self importance por el mundo.
T., que ya se ha convertido en más amigo que cliente, me decía el otro día que se tiraba de los pelos por todo el tiempo, la energía y el esfuerzo empleados en un proyecto que, no sólo no llegó a buen puerto (en términos de éxito comercial, rentabilidad, etc.), sino que tampoco (y sobre todo) tuvo reconocimiento por parte de sus superiores.
Se enredaba en un monólogo obsesivo y circular en torno a lo injusto que era que nadie le hubiese valorado la iniciativa, las horas, el trabajo y hasta la ilusión invertida en ese proyecto. Injusto, subrayaba una y otra vez con desesperación, frustración, rencor y rabia.
Ante mi mal disimulada cara de incredulidad, me pidió que me quitara la gorra de coach por un momento y le diera mi opinión personal: “¿a ti nunca te ha ocurrido? ¿ni siquiera con relaciones en las que lo has puesto todo y luego han salido rana?”.
“No” le respondí tajante. “Básicamente porque en todas esas ocasiones, lo hice (ese esfuerzo, esa ilusión… en proyectos profesionales, relaciones personales, etc.) porque yo quise. No porque nadie me lo pidiera, ni porque esperara nada a cambio. Fue una decisión mía, tomada con total libertad y convencimiento en ese momento.”
Ésa es la clave del no arrepentimiento, la no frustración y el no rencor. O, por ponerlo en positivo, ésa es la clave de la libertad y de la ligereza.
El hacer las cosas por las razones correctas. Porque nos sale así, simple y llanamente. Sin más historias.
Me apetece. Me hace ilusión. Me motiva. En este momento (puede que cuando lo revisite dentro de 5 años piense “ahora no volvería a hacerlo”, pero en este preciso instante es lo que quiero). Y me da igual el resultado (me gustaría que saliese bien y tuviese final feliz o recompensa, pero aunque no fuera así lo haría igual – ese famoso “suelto y me desapego del resultado” que repiten los coaches hasta la extenuación). Me da igual lo que piensen los demás, si me dan o no las gracias, si lo valoran “en su justa medida”, si me consideran mejor o peor. Lo hago porque YO QUIERO AHORA.
El problema es que la mayoría de las veces hacemos las cosas para causar una impresión en los demás, para ganarnos su aceptación, su reconocimiento, su afecto, su admiración, o incluso su envidia. Y con este punto de partida es muy difícil no acabar con algunas de esas losas esclavizantes de las que hablaba al principio (aparte de que cuando hacemos algo porque realmente queremos y nos gusta, solemos hacerlo mucho mejor y obtener muchos mejores resultados que cuando lo hacemos por otros motivos).
Pero hasta en esas circunstancias también podemos liberarnos. Eligiendo perdonar (el acto más egoísta de todos pero que, como otros egoísmos, resulta ser muy beneficioso a nivel social). Al otro/s por no apreciarnos, valorarnos, reconocernos, agradecernos…. O a nosotros mismos, por haber hecho las cosas por las razones incorrectas, por habernos equivocado en el approach, o en la motivación, o en las expectativas, o incluso en la acción en sí.
Perdonar, soltar lastre, aligerar mochila y seguir.
Y, con un poco de suerte, aprender para la próxima a no hacernos tantos líos y a actuar desde un lugar más básico, menos enrevesado, y mucho más auténtico.