Ladies, we got a problem

Llevo varios días dándole vueltas al tema de las mujeres y el liderazgo. Una vez más, no como coach, ni tampoco como mujer (no me gustan los colectivos). Simplemente como yo en mi papel de espectador (y lo pongo en masculino por verme en este momento como un “sujeto”, y no como una “hembra”).

Y hoy ya no me ha quedado más remedio que lanzarme, pues he tenido una “señal” clara (soy firme creyente de las “señales”, y sobre mi teoría al respecto – y su contraposición a la de Kierkegaard- escribiré otro día). Esa señal ha sido un artículo en el periódico sobre las 7 cosas que las mujeres no podían hacer hace 100 años.

Entre otras, vestirse como les diera la gana, divorciarse, votar o administrar sus propios bienes en el matrimonio. Huelga decir que, desgraciadamente, aún hoy muchos otros derechos les están prohibidos a millones de mujeres en el mundo.

Pero, en contra de lo que pueda parecer a la luz de esta introducción, en este post no pretendo hacer apología del feminismo, ni hacer agitación y propaganda en pro de la libertad sexual de las mujeres, ni arremeter contra el sexo opuesto, ni nada que se le parezca.

Más bien al contrario. Porque lo que me gustaría transmitir en estas líneas es mi estupor al ver lo mal que las mujeres han (y hablo en tercera persona, de nuevo como sujeto externo observador) recibido sus tan merecidos derechos.

Porque, lejos de utilizarlos para asumir un liderazgo que se les ha negado durante siglos, los han empleado como arma arrojadiza contra los hombres (en el caso de las feministas radicales), pero también (y lo que es aún más sorprendente) entre ellas.

Y es en este último punto en el que me gustaría ahondar.

El grado de (malentendida) competitividad entre las mujeres es espeluznante. A todos los niveles. Las  mujeres (con pocas excepciones) son enemigas acérrimas, y sienten una necesidad constante de recordarse en alto lo guapas, exitosas, felices, ricas, inteligentes, atractivas, afortunadas, emprendedoras, trabajadoras, multi-tarea… y suma sigue… que son. Probablemente, y en gran medida, por inseguridad (sé que es un lugar común, pero tremendamente cierto: “dime de qué presumes, y te diré de qué careces”).

En el ámbito laboral, las mujeres que “triunfan” (y lo pongo entre comillas porque el triunfo es algo muy subjetivo, y tiene que ver mucho con los valores personales e intransferibles de cada uno), las líderes, son, en su mayoría (de nuevo, siempre hay excepciones), una suerte de macho alfa que ha renunciado a su feminidad.  A esa dulzura, sensibilidad, empatía y mano izquierda que, de fábrica, viene (en general) con el cromosoma X. Y con puño de hierro se aseguran de que otras mujeres suden sangre para llegar a donde ellas están, pagando con el soldado raso las perradas que un día les hizo a ellas el general (otro clásico de la condición humana, desafortunadamente). Son territoriales y muy celosas de su “éxito”.

Y, si encima tienen familia, se enfundan rápidamente el traje de super woman con el que se sienten en pleno derecho de dar el coñazo al personal con su versatilidad por un lado, y su agotamiento por otro. No hay que irse muy lejos. Las revistas femeninas nos bombardean a diario de ejemplos de mujeres “top” que “alardean” (por supuesto, simulando humildad) de “poder con todo” y saber “organizarse muy bien el tiempo”. Bien a pesar de sus maridos – en el caso de que existan y, si no, “más mérito aún” – o “gracias a su apoyo incondicional” y al despliegue de “servicio” con el que cuentan.

Más allá de las revistas femeninas, y basándome en mi experiencia como “oyente”, la lista de mujeres que se quejan a diario y sin parar, de cansancio y falta de reconocimiento por “todo lo que hacen” dentro y/o fuera de casa (y, en muchos casos, no suele ser mucho, a mi entender…) es interminable. Y esto también aplican a las mujeres que no trabajan (por voluntad propia).

Respecto a estas últimas, su competitividad gira en torno a la “calidad” de su vida: posición social, dinero, puesto del marido, hándicap al golf, destino de vacaciones, firmeza de glúteos (curiosamente el peso de muchas de estas mujeres es inversamente proporcional a la cantidad de chocolate que comen al día…), número de ligues el fin de semana… (pocas veces esa competitividad se mueve en el terreno de la vida interior o los intereses culturales, desgraciadamente). O a su “calidad” como madres que, paradójicamente, está muy relacionada con “cantidades”: número de veces que se despiertan de noche para atender a sus hijos, número de pañales cambiados al día, número de fiestas infantiles organizadas, número de whatsapps que envían a diario a otras madres, número de tutorías con profesores…

O la cosa puede ser peor, porque la competitividad, en muchos casos, no queda sólo en ellas, sino que se extiende a los “éxitos” de sus hijos: desde el físico, a las notas, pasando por la popularidad, o número de clases extra escolares – y su nivel de desempeño – a la semana. En ese sentido, no hay más que ponerse en la puerta de cualquier colegio a las 9.15. Siempre están abarrotados de mujeres de 30 a 40 años (en su mayoría, en chándal), cacareando sin parar.

Hago un inciso aquí para decir que, como espectadora, he notado también una alta dosis de hipocresía en esos corrillos (“hija, con 30kg más y zapato plano estarías mucho más mona…hazme caso, que yo te adoro”).

La pregunta que a cualquiera le surgiría después de leer esta parrafada sería: “¿hay un objeto a todo esto? ¿O es sólo un despelleje gratuito y porque sí?”.

Pues sí, lo hay. Y no es un “mujeres del mundo, ¡¡¡uníos!!!” (creo que el apoyo y la unión entre las personas tiene que ser eso, entre las personas, no por el hecho de ser de tu mismo sexo). Sino: “mujeres del mundo, si creéis que el mundo necesita líderes de género femenino ( y yo firmemente lo creo, y no es un tema de cuotas), ¿por qué no os dejáis de chorradas, y empezáis a competir en valores como la valentía, la honestidad, la honradez, la sencillez, la curiosidad, la solidaridad, la justicia… y los aderezáis con lo mejor de vuestra feminidad? El mundo está hambriento de líderes auténticos (de símbolos, de ejemplos) y, a la vez, muy necesitado de ternura y protección.

Y esa combinación, sí es imbatible.

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