Sabemos que todo empezó hace cerca de 13.800 millones de años. Que la tierra se formó hace unos 4.000 millones.
No sabemos cómo, de esa mezcla de explosiones, metales, gas y humo, surgió la vida, la primera célula.
Sabemos que a partir de ese momento la vida empezó a abrirse paso con una pulsión extraordinaria y misteriosa. Todo ente vivo, la más mínima bacteria, a su nivel, lucha denodadamente no sólo por su supervivencia sino porque la rueda continúe después de que ellos hayan dejado de existir.
Hoy sabemos que la tierra, el sol o nuestra galaxia son insignificantes dentro del universo. Que la luz, tan rápida ella, sólo para ir de un extremo a otro de nuestra galaxia, tarda 100.000 años. La luz que vemos cuando miramos el centro de la galaxia es la de hace 30.000 años. Cuando vemos el firmamento en realidad estamos viendo cómo era hace millones de años. Ni siquiera cuando vemos el sol estamos viendo el presente. Vemos cómo era hace 8 minutos.
Sabemos que la naturaleza es supervivencia pura del más fuerte, inteligente o adaptable. Es lucha y violencia continúas. Sin espacio para la moral. El fuerte se come al débil para sobrevivir, o a su cría o a lo que pille, y no hay más.
En ese entorno hostil algunas variedades de simios desembocaron en algunas variedades de seres humanos, que también entraron en guerra entre sí hasta que sólo quedó una, la nuestra.
En el medio de esa evolución, nació la conciencia. Esa especie animal específica, consiguió la capacidad de pensarse a sí mismo, de preguntarse quién era, de dónde venía, a dónde iba y qué era ese planeta en el que habitaba. La conciencia le hizo sentirse inevitablemente solo y perdido. Ahí se cocinó el germen de las supersticiones y luego las religiones.
La ley de la vida siguió su curso, brutal, también para el hombre, que comenzó a asociarse en comunidades para sobrevivir y defenderse de otras comunidades.
Siglos y siglos de guerras, muerte, destrucción y crueldad (subproducto de la aparición de la conciencia -un león no es susceptible de ser cruel-). Pero también de desarrollo intelectual, artístico y científico.
Hoy, ese mono primitivo, sabe que cuanta más velocidad adquiere un objeto, más se contrae su volumen y más se ralentiza el paso del tiempo. Sabe que el código genético se ejecuta en cada ser vivo como si fuera un programa de ordenador. Sabe que la mecánica cuántica no cuadra con la teoría de la relatividad, que la física de las cosas pequeñas es diferente a la de las cosas grandes, aunque no sabe por qué.
En definitiva, está más perdido que nunca porque cada vez sabe más lo que no sabe, cada vez se reduce más su nivel de meta-ignorancia y, por tanto, aumenta el de ignorancia.
La perplejidad cada vez es mayor. Es tan grande y desproporcionada que abona la intuición de que, después de todo, algo tan rematadamente complejo y alambicado no puede ser producto del helio mezclándose con el hidrógeno y de unas piedras enfriándose alrededor del sol. Y no me refiero sólo a los misterios de la física teórica. El simple funcionamiento del cuerpo humano (del cuerpo de cualquier animal), del cerebro, de los glóbulos, del ojo o el oído es un misterio inescrutable. La sensación de incomprensión es paralizante.
Por si faltaba algo, otro regalito de la conciencia es la mortalidad (el resto de especies animales son inmortales, no saben que dejarán de existir). Y no sólo la propia sino la de los seres queridos. La certeza de que nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir.
Por eso, la poesía, la música, el humor, la bondad, la esperanza de que no todo sea un sinsentido ni seamos carne de un ciego destino, la intuición de que estamos viendo sombras en la caverna de una realidad con todas las respuestas, los valores, la aceptación pero también el orgullo ante la muerte (hoy no, vuelve otro día), la ternura, la inocencia y pureza de un niño, la risa, la frivolidad, el desenfado, la compasión, el equilibrio y el amor deben ser nuestras herramientas ante semejante panorama para tratar de ser felices y disfrutar del momento presente todo lo posible.
No queda otra. Obviamente son soluciones tácticas, pero es todo lo que nos podemos permitir, y gracias. Las estratégicas nos quedan demasiado lejos, en el horizonte infinito. La vida, esa breve aventura entre dos noches eternas, son cuatro cosas: Amor, Humor, Bondad y Arte.