La generación del miedo

A todas las personas que quiero. Las que aún están, las que ya se han ido y las que pronto se marcharán de mi lado.

En el paso de cebra de una céntrica calle de Madrid alguien ha escrito: “Somos la generación que cruza con el semáforo en rojo pero que tiene miedo a enamorarse.”

Entiendo ese miedo a “enamorarse” como un terror generalizado a ser feliz.

Porque no hay que ser muy lúcido para entender que la vida es una pérdida constante. Que el tiempo se lo lleva todo. Que las personas a veces se marchan y otras simplemente desaparecen porque se les acabó su tiempo.

Entiendo que la felicidad no es el descubrimiento de un santo grial, de la respuesta a la gran pregunta.

Que no hay una meta, ni un objetivo, ni un gran hallazgo que lo cambie todo y lo coloque en su sitio.

Sino que son sólo momentos en los que parece que el corazón va a estallar, en los que todo tiene sentido y en los que dejamos de sentirnos solos, perdidos y sin rumbo.

Momentos en los que las palabras sobran y a la vez faltan.

Momentos en los que el amor (en cualquiera de sus formas), ese fenómeno indescriptible, inexplicable, irracional, único y maravilloso nos invade de tal manera que nos mueve todo por dentro, que nos aferra a la vida con ganas y nos hace fuertes, casi invencibles.

Pero esa clase de felicidad asusta.

Porque mientras la estás sintiendo eres a la vez consciente de que se te escapa entre los dedos, de que no la puedes agarrar, de que no se puede congelar el tiempo ni fundirse para siempre en un abrazo irrompible con las personas a las que se quiere.

Que no existe ese para siempre. Que no se puede compartir el destino, aunque se compartan partes del camino. Que cada uno tiene su propio, único y exclusivo “contador”. Su propio principio y su propio fin.

Que el precio de ser feliz una milésima de segundo (que nos puede parecer eterno) es muy muy alto.

Es el de la nostalgia, el de la añoranza, el del miedo a perder o a sufrir, el de la rabia, la furia callada, la frustración, la incompresión, la incapacidad de retener hasta el infinito esa mirada, esa sonrisa, ese momento. Ese micro-mundo enorme, avasallador y que lo llena todo, como si fuera lo único que importa, la única verdad.

Somos la generación, más bien la especie, que tiene miedo a enamorarse. Y no me extraña.

Pero con todo ese miedo, con toda esa rabia, con toda esa impotencia y con la nostalgia que siento ahora ya y seguro sentiré entonces, elijo seguir “enamorándome” cada día. Y ojalá que todos lo hagamos.

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