La dictadura silenciosa

Podría haber elegido comenzar mi carrera profesional como dentisto, poeto, sindicalisto, pianisto, golfisto, artisto, periodisto, electricisto, masajisto, paisajisto, telefonisto, violinisto, trompetisto, futbolisto, baloncestisto, tenisto o policío. Pero no. La vida me llevó a trabajar en una banca (perdón, en banca) y hacerme analisto financiero.

Hasta hace poco yo pensaba que mi abuelo, que dejó muy joven un pueblecito precioso del concejo de Llanes para “hacer las Américas” en el norte de México, era un emigrante. O como mucho un inmigrante en México. Desde hace unos cuantos meses, y sin previo aviso, me enteré de que lo que de verdad era mi abuelo era un migrante.

Nada que no me hubiera sucedido con anterioridad. Sin saber bien por qué, Pekín comenzó a aparecer en los periódicos como Beijing, lo mismo que Mao Tse Tung pasó a ser Mao Zedong.

En español, existen los participios activos como derivado de los tiempos verbales. Igual que el participio activo del verbo atacar es “atacante”, el de salir “saliente”, el de cantar “cantante” y el de existir “existente”, el del verbo ser es “ente”: el que tiene identidad, el que es. Esta es la razón por la que cuando queremos nombrar a la persona que denota capacidad de ejercer la acción que expresa el verbo se añade a éste la terminación “ente”.

De modo que la persona que preside es “presidente” con independencia del género, masculino o femenino, de quien realiza la acción. Por eso, mi socia Beatriz era muy buena estudiante, es muy independiente, cuando va al médico se comporta como una buena paciente y es residente en España. Pero, ¿cuando llegue a la cúpula del Santander será Presidente o Presidenta?

La lengua es algo vivo, en constante evolución, lo que hace que la RAE tenga una doble función que requiere de una gran finura para encontrar el equilibrio: la normativa y la descriptiva. Por un lado, es la encargada de fijar las normas comunes a todos los hispanohablantes pero, por otro, debe saber adaptarse al habla común. De otra forma, diríamos que “el juguete está rompido” o que “el concejal se ha corroto en el ejercicio de su cargo”.

Por eso Beatriz podrá llegar a ser una buena Presidenta pero nunca una buena Portavoza. Portavoza puede acabar por ser un término aceptado pero eso sólo el tiempo y el uso común del idioma lo dirán.

De la misma forma silenciosa e imprevista, un buen día comencé a notar que, especialmente al relacionarme con estadounidenses, en vez de desearme “Merry Christmas” me decían “Happy Holiday Season”. Y, en Semana Santa, en vez de “Happy Easter” era “Happy Spring Break”.

El origen de las palabras es lógicamente muy variado. Pero llega un momento en el que los significantes se vacían de su contenido inicial y pasan a tener nuevos significados. Se puede ser budista o musulmán y hablar del periodo navideño de la misma forma que el más católico entre los católicos utiliza el término “ojalá” a pesar de que su origen derive de Alá. Por eso creo que nadie todavía cuestiona la convención de que nos encontremos en el año 2018, que si se piensa bien tiene asimismo una clara connotación religiosa en origen.

Con las razas sucede algo similar. Yo, honestamente, no me reconozco si alguien me llama caucásico. Las personas de raza negra de nacionalidad británica, francesa o alemana ¿son también afroamericanos? Describir a alguien como blanco o negro no tiene por qué implicar connotación negativa alguna.

El contraargumento suele ser que, dado que el término “negro” se ha utilizado de forma vejatoria históricamente, el hecho es que sí ha acabado por estar impregnado de esa connotación negativa y, por tanto, deber ser sustituido por un término neutral o políticamente correcto.

Asumiendo está línea de pensamiento ¿entonces por qué caucásico en vez de blanco? Y ya puestos ¿por qué no sajón, nibelungo, teutón, bretón, vikingo, celta o eslavo? ¿Por qué precisamente caucásico?

Pero es que además el argumento no se sostiene demasiado. También los términos “judío” o “gitano” han sido, por desgracia, utilizados como insultos y no por eso han sido sustituidos por “descendientes de David” o “romanís”, por ejemplo. Díganle a un judío si le ofende lo más mínimo que le llamen judío.

A Whitney Houston sus compañeros negros le llegaron a llamar “Whiteney” (blanquita) Houston para insultarla y, al menos yo, en tanto que blanco, no me doy por aludido lo más mínimo.

Por otra parte, no olvidemos que a mí también me toca estar del lado presuntamente débil. Como español y mexicano (tengo doble nacionalidad) para mucho cafre anglosajón soy un bulto sospechoso que me paso el día tocando la guitarra y durmiendo la siesta. Ni que decir tiene que me da completamente lo mismo. No querría que me llamaran europeo del sur en vez de español ni americano del norte o del sur de Norteamérica en vez de mexicano.

Por descontado, no pienso nada malo de “los anglosajones”. Lo pensaré de un mamarracho en concreto, que luego resultará ser canadiense o colombiano, blanco o negro, socio del Barça o del Madrid, hombre o mujer y homosexual o heterosexual.

Es más, cuando en el Financial Times nos llamaron PIGS por primera vez (Portugal, Italy, Greece, Spain), reconozco que el acrónimo me pareció ingenioso y me hizo gracia. Desde luego, ninguna descripción colectiva me la tomo a título personal.

Lo cierto es que la nueva dictadura de la (en mi opinión) mal llamada corrección política se va abriendo paso cada vez más (de ahí el triunfo electoral de algunos personajes como Trump, pero ese sería otro debate) y si queremos ser efectivos y pragmáticos en nuestras relaciones profesionales debemos conocer la materia a fondo, más allá de nuestra opinión personal. Especialmente si trabajamos en entornos multi-culturales.

Y con esto me despido hasta el próximo post. Adiós, amigos. Perdón, Salud, amigos.

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