Hágase la luz

Hoy he leído un artículo sobre los orígenes de Freud. Sobre su etapa antes del psicoanálisis. O más bien de su camino hacia el psicoanálisis, la hipnosis, y una serie de terapias que le fascinaron en París y la rompieron los esquemas y proyectos que se había trazado en Viena.

Pues bien, el artículo habla de Anna von Lieben como la primera mujer psicoanalizada de la historia del freudismo. Habría sido entonces la «maestra» de Freud, su prima donna.

La dama en cuestión (sobre la que he investigado un poco) sufría de violentas neuralgias faciales que no había conseguido ni tan siquiera reducir (mucho menos curar) con los métodos “tradicionales”. Hasta que la hipnosis y la palabra desenterraron el origen de sus males. Y con la explicación y el entendimiento llegó también la curación.

Concretamente (y a modo de anécdota) la paciente relató cómo le impactó la mirada de su abuela cuando era una niña. Una mirada que había “penetrado en su cerebro”. Más adelante, las palabras de su marido en plena disputa conyugal las sintió como “un golpe en pleno rostro.”

Es decir, que de alguna manera Anna Von Lieben había convertido las palabras, los gestos, las actitudes de personas de su entorno, en un fenómeno sintomático (la somatización es hoy en día algo de lo que hablamos todos con mucha frecuencia – dolores de estómago, bajadas de defensas… como consecuencia del estrés o de un shock emocional… – pero en aquel momento era algo completamente desconocido).

De esta historia se pueden sacar muchas lecturas aplicables al coaching. Desde la importancia del soltar y desapegarse de las expectativas (en el caso de Freud al cambiar radicalmente de rumbo tras su paso por París), hasta la fuerza y el impacto que tienen las palabras que pronunciamos y escuchamos.

Sobre este tema me gustaría escribir más adelante, con la colaboración de un amigo mío que conoce (y maneja) como nadie el poder de las palabras. Porque creo que realmente minusvaloramos el efecto que tienen, en los demás y en nosotros mismos, las palabras que utilizamos. Y el lenguaje condiciona nuestro cerebro, nuestra mente, nuestra forma de pensar (sobre este tema he mencionado diferentes libros, películas, artículos, etc. en posts anteriores). De ahí que sea tan importante dominarlo, y seleccionar las palabras con precisión y plena consciencia.

Pero en este post me gustaría centrarme en algo en el tema de la clarividencia como solución a los problemas.

Porque ésa es, en mi opinión, una de las grandes claves del coaching co-activo. Muchas veces tan sólo nos hace falta arrojar un poco de luz, entender de dónde vienen las cosas (patrones de comportamiento automáticos, reacciones, miedos irracionales, prejuicios etc.) para hacerles frente. E incluso para que desaparezcan sin más.

Y el origen puede ser muy diverso: desde un trauma infantil a menudo guardado en nuestro inconsciente (como defendería el psicoanálisis) hasta el karma que arrastramos de vidas pasadas (como defenderían los partidarios de la regresión – opción mucho más divertida, en mi opinión, que la del inconsciente o los sueños de Freud), pasando por experiencias que en su momento no creímos significativas, o que incluso habiéndolas considerado como tal, creímos que estaban superadas (ya hablé una vez del tema de las tiritas como mala solución a largo plazo para curar heridas).

Somos seres racionales y necesitamos entender el porqué de las cosas. Y aunque, como decía en el post anterior, no todas lo tienen (a veces suceden simplemente porque sí), las que se refieren a fobias, terrores, inseguridades… sí lo suelen tener. Sólo que o no lo vemos, o no queremos verlo.

El papel del coach es muchas veces precisamente ése: el de intentar iluminar esas zonas que permanecen más oscuras, más ocultas a nuestra vista. Pero que están ahí, que siempre lo han estado. Dentro, no fuera. Y meter el dedo, rascar, cavar (con preguntas poderosas, valientes, osadas y a menudo impactantes, inesperadas e incluso indeseadas por parte del que las escucha), y no dejar que el cliente se escape o eche balones fuera.

Porque muchos tendemos a escaparnos de situaciones/conversaciones/preguntas incómodas, utilizando métodos varios de distracción/protección (el humor, el cabreo, la manipulación, el cambio de tema o de foco de atención, etc.).

Pero si conseguimos quedarnos ahí, aguantar y reflexionar sobre esas preguntas que no nos hemos querido hacer hasta entonces, acabaremos entendiendo de dónde vienen esa nostalgia, ese temor, esos automatismos que a menudo nos limitan, nos aíslan.

Y entender, como soltar (expectativas, obsesión de control sobre lo que realmente no controlamos, etc.), es profundamente liberador.

De pronto todo está bien, todo encaja. Y, a menudo, es mucho más sencillo de lo que inicialmente creíamos.

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