Hablar en Público

Hay dos tipos de oradores: los que están nerviosos y los que mienten.

Mark Twain

 

En este mismo blog (ver El Mundo Futuro) hemos hablado de una serie de capacidades que permanecerán inmunes a la era de cambios constantes y cada vez más rápidos en la que nos vemos envueltos en la actualidad. La capacidad de comunicar, de trasladar un mensaje de forma efectiva, se encuentra entre las más importantes.

Mi vida profesional se ha reducido básicamente a dos actividades fundamentales: escribir y hablar en público. Cuando era analista el trabajo consistía específicamente en eso: escribir informes financieros y de mercados y luego exponerlos tanto en reuniones internas como ante todo tipo de inversores institucionales y emisores de deuda o acciones.

Cuando dejé de ser analista y pasé a desempeñar otro tipo de responsabilidades, hablar en público siguió siendo una parte clave de mi trabajo. Las personas que estaban al otro lado a menudo eran distintas pero no por ello el trabajo era menos exigente. A menudo era todo lo contrario: una sala llena de inversores dispuestos a poner en cuestión tu visión de mercado puede intimidar pero un comité ejecutivo interno o una comisión de riesgos casi siempre integrados por personas con el poder de decidir tu futuro profesional inmediato genera si cabe más estrés.

En realidad, hay muy pocos trabajos donde hablar en público no sea importante. Incluso un investigador que esté todo el día en su laboratorio sin hablar con nadie seguramente tuvo que defender su tesis doctoral frente a un tribunal. O quizá deba convencer a algún comité para obtener fondos para su próxima investigación. Cualquier empresario que tenga que “levantar fondos”, ahora que están tan de moda las rondas de financiación de las start ups, necesita convencer a los inversores. En fin, se me ocurren pocas actividades profesionales donde hablar en público no sea como mínimo un factor importante, si no fundamental.

Y, sin embargo, resulta que aproximadamente el 75% de la población padece glosofobia, o miedo a hablar en público. Un pánico escénico que no baja del top-5 de las actividades que mayor estrés generan según todas las encuestas. Hay estudios que demuestran que incluso en gente supuestamente dominadora del arte de la oratoria como los políticos las pulsaciones se disparan cuando tienen que subir a la tribuna del parlamento.

Como en cualquier ámbito de la vida, existen personas con una capacidad natural para la comunicación, en este caso oral (por seguir con los políticos, hablamos de gente como Obama, Felipe González, Hitler!…). Pero la buena noticia es que se puede aprender a, como mínimo, ser efectivo. Cualquier persona puede hacerlo.

Aquí, distinguiría dos grandes grupos de habilidades a trabajar: las puramente técnicas y las emocionales. Las dos son imprescindibles para un resultado satisfactorio. Y sobre las dos sobrevuela un elemento que debemos aprender, si no a eliminar, sí a dominar: la ansiedad.

 

Habilidades técnicas

En este apartado incluimos aspectos básicos sobre los que trabajar para conseguir:

  • Una buena dicción.
  • Un tono e inflexiones de voz adecuados.
  • Controlar la respiración.
  • Dominar las expresiones faciales y el lenguaje corporal.

Un factor asimismo clave dentro de la parte técnica es el mensaje. En mi experiencia es importante estructurarlo de forma que siempre se cuente una historia, con el esquema básico de planteamiento, nudo y desenlace. Que nunca se pierda el hilo argumental. Igual que en las películas de cine, cuanto mejor sea el guión mayores serán las probabilidades de éxito.

Da lo mismo si estamos contando una historia de príncipes y princesas medievales o los presupuestos del área para el año 2021: planteamiento, nudo y desenlace.

Si tenemos soporte gráfico o documental, un powerpoint por ejemplo, es muy importante que lo proyectado sea un complemento de lo que en ese momento estamos diciendo. Ese powerpoint no tiene por qué entenderse de forma individual. Es sólo un complemento encaminado a resaltar y hacer más efectivo nuestro discurso.

Luego, si queremos, le podremos dar un documento escrito a la audiencia con todos los detalles. Es un error, por desgracia muy habitual, llenar las presentaciones de textos que apenas se pueden leer muchas veces por parte de la audiencia y que no sólo no ayudan a una mayor claridad del mensaje que se pretende transmitir sino que a menudo lo sabotean.

No hace falta decir que conocer la materia y preparar bien la charla o el discurso es básico. Entre otras cosas nos ayudará a reducir los niveles de ansiedad y, por tanto, a tener éxito en la parte verdaderamente estrella de una buena presentación en público: el factor emocional.

 

El factor emocional

Cualquiera que conozca a mi socia Beatriz sabrá que es lo que los ingleses describirían como a woman of many talents. Como voy a hablar de un talento en concreto y sé que no le va a gustar porque me va decir que la dejo como si fuera la señorita Topisto de Luz de Luna, adelanto que es escritora, poeta, bailarina, habla no sé cuántos idiomas, toca el piano, etc, etc.

Bien, una vez pagado el peaje para evitar mi expulsión de la empresa, paso a referir el talento específico en el que me quiero centrar: Beatriz tiene una memoria de elefante. Cuando entró a trabajar en el departamento de análisis de mercados del Banco Santander hace muchos años ya, nadie se sabía la materia como ella.

Cuando íbamos a hacer presentaciones a inversores se lo sabía absolutamente todo de su sector y la parte que más miedo nos daba a todos porque ahí es donde más expuestos estábamos, la de preguntas y respuestas, para ella era pan comido. Se lo sabía todo y era imposible pillarla en un renuncio.

Y sin embargo yo siempre le decía que le faltaba algo. Que no transmitía (recordemos que en aquella época yo era su jefe). Es más, le decía que otros miembros del equipo, con menos conocimientos técnicos que ella, eran más efectivos con los clientes. Huelga decir que las peloteras que me montaba al principio eran tremendas:

 

Beatriz: Pero, ¿qué —– es eso de que no transmito? Se han quedado encantados y planchados con mi presentación.

Roberto: No. Parecía que estabas cantando temas en una oposición.

Beatriz: De verdad que no te entiendo. Si es uno de tus truquitos motivacionales ya sabes lo que puedes hacer con ellos.

Roberto: A ti que te gusta tanto la literatura, Jane Austen y todo eso, ¿empezarías una carta de amor escribiendo “a quien le pueda interesar”?

Beatriz: No querrás que me entere de quiénes son los tíos que nos escuchan cada vez y me ponga a analizar sus motivaciones, que por otra parte ya te digo que son sota, caballo y rey.

Roberto: Es justamente lo que te estoy diciendo.

 

Cuando hablamos en público la gente se queda con la emoción que le transmitimos. El contenido se suele olvidar al poco tiempo. Pero la sensación de seguridad del ponente, su capacidad de generar interés, su pasión o convicción siempre se quedan en nuestra memoria. Por supuesto, ya hemos comentado que es importante saber lo que se dice pero cuando se trata de hablar en público a menudo la forma es fondo.

Y por supuesto que hay que analizar al público. Es más, dependiendo de ese análisis, se podría llegar al extremo de que el objetivo de la presentación fuera que nadie entendiera una palabra (“me he perdido un poco con los detalles técnicos pero claramente saben de lo que hablan. Les contratamos”).

A menos que se sea un genio de la interpretación, esa pasión y convicción necesarias de transmitir al hablar en público, no se consigue fingiéndolas sino teniéndolas de verdad y luego siendo natural (como el método de [no] interpretación del Actor’s Studio). Se podrá argüir, como de hecho hacía Beatriz, que con algunos temas no siempre es fácil sentir y no digamos transmitir pasión o convicción, pero todo se puede entrenar y a todo se le puede buscar el ángulo.

 

Todo lo dicho hasta el momento colabora a reducir los niveles de ansiedad, lo que genera un círculo virtuoso que hace que la comunicación sea aun más exitosa: efectivamente, si practicamos la dicción, nuestro lenguaje corporal, controlamos la respiración, hacemos un buen guión, nos sabemos bien el tema, preparamos el soporte gráfico de forma efectiva, analizamos a la audiencia, interiorizamos el mensaje para poder ser convincentes siendo naturales, etc., tendremos mucha parte del camino ya andado.

No obstante, aun siendo condición necesaria puede no ser suficiente para compensar el miedo de algunas personas a sencillamente exponerse a los demás de forma pública. En estos casos se requiere ya un análisis más personalizado para identificar el origen del problema y atacar la raíz.

Para entendernos, es aquí donde entraría el manido “imagínatelos a todos en calzoncillos o en el cuarto de baño”. No digo que no pueda ser un buen consejo en determinados casos pero analizando cada situación de forma individual existen muchas herramientas con las que trabajar este aspecto de la ansiedad.

Muchas cosas en la vida se consiguen con análisis, diagnóstico de la situación, trabajo y mucha práctica. Hablar en público es una de ellas. En este caso concreto, el coaching/mentoring individual se queda corto (por la parte de la práctica). Aunque las sesiones individuales seguirían siendo importantes, aquí las tendríamos que completar con grupos de 10/15 personas para poder hacer la parte práctica, grabar las intervenciones en vídeo, etc. Así que si hay clientes o lectores interesados, podemos formar grupos y nos ponemos manos a la obra! (info@yourbest.es).

 

PD (defensiva): Beatriz se convirtió en poco tiempo en la mejor comunicadora del departamento hasta el punto de que en la actualidad es la Responsable de Relación con Inversores del Banco Santander a nivel global.

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