Después de mi vena “Yo Dona” en los últimos posts, afectada por una ventolera feminista tipo “porque yo lo valgo”, vuelvo a ser yo.
Es decir, a tomarme un poco (bastante) menos en serio y a hacer un poco de abogado del diablo ante ciertos colectivos. No porque no crea en algunas de sus máximas, que sí creo (puntualmente y con ciertos matices). Sino porque pienso que corro el riesgo de caer en una espiral peligrosa de auto complacencia y puedo acabar hablando como alguien que no soy. Una mezcla de groupie revolucionaria de pelo corto con una Froilan María entusiasta y motivadora con su guitarra.
Y hoy, además, me he levantado de un mood algo más escéptico (que no cínico). Un registro (no del todo infrecuente en mí) que me hace ver emperadores desnudos por todos lados, y observar con estupor e incredulidad que no sólo nadie los delata, sino que incluso los aplaude enérgicamente.
Y desde esa perspectiva (algún día escribiré del tema de las perspectivas, base del llamado coaching de equilibrio) he reflexionado sobre un post escrito por un coach al que conozco y tengo en alta estima personal.
Un post que habla, como muchos otros que he visto últimamente, sobre el porqué de las cosas. Las buena y las malas.
Mi compañero concluye que todo pasa por alguna razón, y es básicamente para enseñarnos una lección. Esto es, sin duda alguna, un lugar común no sólo en el mundo del coaching, sino también en el de las religiones. Tanto de la cristiana como de la budista, que va un paso más allá y sostiene que cada vida que vivimos (recordemos que los budistas creen en la reencarnación) ha sido elegida por nosotros con el único objetivo de aprender una lección cada vez más avanzada (hasta llegar a la lección máxima del perdón y el amor incondicional).
Pero, aun siendo una optimista a ultranza, no puedo dejar de poner en entredicho o cuestionar esta afirmación. Porque puede que tenga un pase entre los afortunados que vivimos en países civilizados, con derechos y libertades, y vidas razonablemente felices, seguras y exentas de sobresaltos y desgracias. Pero me pregunto qué dirían los refugiados sirios, las víctimas de la violencia de cualquier tipo, o de la hambruna, o de los desastres naturales, o de enfermedades devastadoras, si les soltásemos un “always look on the bright side of life”.
Y no, no me creo que nadie haya elegido motu proprio un destino atroz para purgar culpas de vidas pasadas.
Así que, ¿y si realmente no todo tiene un sentido? ¿Y si no todo significa algo? ¿Y si realmente algunas cosas ocurren sólo porque sí, por puro azar, y con ningún objeto? En esta línea se mueve Noam Chomsky en su libro “¿Qué clase de criaturas somos?” (fantástico y sencillo tratado filosófico que analiza la humanidad desde la sociología, la política, la ciencia y el lenguaje), que llega a afirmar que “resulta extraño pensar que el lenguaje tenga una finalidad” (el filósofo sostiene que es básicamente un instrumento de pensamiento, algo que Humboldt llevó al extremo identificando a ambos).
Sin duda alguna la falta de sentido me parece un pensamiento vertiginoso, en tanto que, como he dejado claro en varias entradas, considero el propósito la piedra angular de la existencia en general, y de las relaciones personales en particular.
Y por eso, personalmente, sigo eligiendo una lectura más amable de los acontecimientos. Una lectura que se encuentra a caballo entre la ultra positiva (yo diría que incluso extrema y naive) de mi colega (todo es una oportunidad, la vida es perfecta como es, acepto todo como si lo hubiese elegido…) y la demasiado terrenal/lógica/descreída de los Larry David que no ven en la vida más que una sucesión de eventos aleatorios concatenados y en cascada hacia un final irreversible en la nada. Y que para sobrellevar dichos sucesos inexplicables e infructuosos tan sólo pueden optar por la resiliencia o la flexibilidad hasta cierto punto.
Pero es sólo eso, una elección personal, y no una verdad absoluta. La mía, la del coach del post, y la de todos.
Son elecciones fruto, no tanto de una fe ciega y sin grietas, sino de la necesidad de sobrevivir y hacerle frente a los pequeños o grandes reveses de la vida.
Herramientas, mecanismos de defensa para evitar la agonía mental por la injusticia y lo irracional, como explicaba Viktor E. Frankl en la segunda fase de “El hombre en busca del sentido”.
Y en ese sentido nadie tiene la razón ni deja de tenerla. Y no me queda otra que señalar a algunos emperadores desnudos dentro y fuera del mundo del coaching. Y decir (al menos hoy, y mal que me pese) “curb your enthusiasm”.
Cada uno hacemos lo que podemos con lo que tenemos. Porque al fin y al cabo, y aunque también sea un topicazo, la vida no es sólo lo que te pase, sino tu actitud ante ello. Y a igualdad de condiciones (i.e. las cosas son como son y no se pueden cambiar en muchos casos), mejor adoptar una actitud positiva. O al menos no del todo negativa.