Una persona muy sabia me dijo una vez que hay que ser sincero para escribir. Y puede que ser sincera no pase por hablar de “certezas” como: “aquí venimos a aprender”. Porque puede sonar entre hortera y pretencioso, dado que saber, lo que se dice saber, nadie sabemos nada. Pero sería igual de poco sincera si hiciese statements como que “la vida es una mierda”, “nada tiene sentido”… Porque yo no creo eso.
Yo no tengo “las respuestas” con mayúscula o por excelencia, pero sí tengo las mías propias. Las que vienen de la intuición, de la fe, del yo, del coaching, o cómo lo queramos llamar. Porque sí, todos, hasta los más negativos, pesimistas, incrédulos, cínicos, nihilistas tienen sus propias herramientas para sobrevivir. Sus clavos ardiendo a los que se agarran para, si no encontrar un sentido, al menos una forma de seguir adelante.
Y hoy, un día en el que pienso sobre los procesos de duelo por razones varias, me gustaría hablar de las mías. Como la persona que soy, sin ponerme el gorro de coach.
Pero antes, un breve apunte personal (breve, porque no pretendo que este blog gire en torno a mis experiencias personales) para dar entrada al tema del duelo.
Hace unos pocos meses una magnífica coach me hizo una sesión en torno a un tema que ni recuerdo. Y no lo recuerdo porque no era especialmente relevante. Pero el hecho es que en aquella sesión, no sé cómo ni por qué (porque no tenía nada que ver con el asunto) salió mi hermano, cuya muerte (9 años antes) yo creía haber superado (que no olvidado, porque pienso en él cada día). Y me eché a llorar sin pudor, sin freno, sin explicación. Sólo podía llorar, como si él se hubiese marchado antes de ayer, como si estuviera aún en shock por su pérdida.
Y, lo curioso, es que yo jamás he reprimido las lágrimas (ni la risa, ni el enfado, ni ninguna emoción). Con lo que no sentía que tuviera nada dentro “taponado” que dejar salir.
Pero el hecho es que sí lo tenía. Porque no había vivido esa pérdida, no la había asimilado, no la había mirado de frente como lo que era. Una pérdida sin más, sin sentido, sin remedio. Una auténtica putada (y sí, ya sé que hay putadas mucho mayores, pero, sin ir nada de prota ni de dramática coñazo, en la vida no son todo valores relativos).
No, la había “afrontado” con mi kit de supervivencia (algo infantil, probablemente): “él está en el cielo, feliz y nos protege desde allí”; “algún día volveremos a vernos y estaremos arriba todos juntos”; “la vida, como la energía, no se crea ni se destruye, sólo se transforma”; “su vida tuvo un sentido y un propósito, dejó huella y aportó al mundo”…
Jamás me paré a pensar. O más bien a sentir. Y eso es lo que hice en aquella sesión tantos años después. Sentir tan sólo esa tristeza por no tener ya a mi lado a alguien a quien tanto quise, a quien tanto necesité, a quien tanto admiré.
Y por eso lloré sin matices, mientras la coach tan sólo estaba a mi lado. Sin intentar consolarme (¿quién puede realmente consolar a nadie en esas u otras circunstancias similares?), ni actuar como una plañidera, condescendiente o pegajosa (algo que a mí, personalmente, me disgusta bastante). Tan sólo fue testigo y me acompañó en esa tristeza, con empatía, pues probablemente ella también habría sufrido alguna pérdida similar. O, de cualquier modo, como todos, acabará sufriéndola en algún momento.
El duelo es un proceso que tenemos que pasar. Como lo que es, sin tapujos, sin trapitos calientes. Pero sin quedarnos atascados en él, porque es como el pantano de la desesperación donde se hundió Artax (“La historia interminable”), que puede engullirnos casi sin que nos demos cuenta.
Y sí, una vez pasado ese duelo, hay que volver a tirar de herramientas para continuar. Las que cada uno elijamos.
Así que, en efecto, yo no tengo recetas mágicas, ni certezas absolutas o científicamente demostrables. Pero tengo las mías propias. Y sí, puedo llamar las cosas por su nombre, y ver la realidad con ojos “adultos” (aunque a menudo, voluntaria y conscientemente, elija hacerlo con los de una niña).
Pero también puedo decir que de veras siento que las cosas que sentimos no se pierden “como lágrimas en la lluvia”.
Que el amor perdura, aunque nosotros (los que no saldremos en los libros de texto) no lo hagamos.
Y eso no cambia ciertos acontecimientos. Pero ojalá que les sirva a algunos para sobrellevar sus pérdidas.