De un tiempo a esta parte, los CVs se han convertido para muchos en una creciente fuente de quebraderos de cabeza, especialmente desde la popularización de LinkedIn. No me refiero sólo a la inutilidad y peligros de los clásicos falseamientos del historial laboral o académico en una época en la que existen más medios que nunca en la historia para la detección de irregularidades, sino a la elección de la mejor forma para presentarse a uno mismo ante el mundo.
Sí, ante el mundo. Antes se “echaban currículums” y sólo lo veía el destinatario. Ahora están colgados en la plaza pública a la vista de todos: amigos, enemigos, familiares, posibles empleadores,… Este matiz tiene una gran importancia desde el punto de vista social en la medida en la que el autobombo al que la mayoría se entrega en su CV bajo la coartada de que “hay que saber venderse” choca con las normas sociales tradicionales, que por regla general dictan no hablar bien de uno mismo y esperar que, con suerte, lo hagan los demás.
Sólo esto ya produce incomodidad. Al otro lado no sólo está hoy en día el responsable de recursos humanos de la empresa x, sino que puede estar perfectamente el vecino del quinto, ante quien sentiremos un cierto pudor al encontrarnos en el ascensor sabiendo que ha leído las alabanzas que nos hemos dedicado a nosotros mismos en nuestro perfil de LinkedIn.
Este fenómeno se ve potenciado por la generalización de una nueva moda/exigencia en la elaboración de los CVs: redactar, antes de la enumeración de datos profesionales, académicos y personales (aficiones), un pequeño párrafo sobre nosotros mismos, nuestras motivaciones, inquietudes y forma de ser. No hace falta decir que la mayoría de las veces se trata de un compendio de lugares comunes basado en lo que creemos que quiere oír nuestro potencial empleador:
“Soy un firme defensor del trabajo en equipo y de salir de la zona de confort con el objetivo de explorar nuevos horizontes, siempre desde una perspectiva casi obsesiva por la entrega de resultados”.
Esta frase, que a mí personalmente me produce alipori, no es inventada. Está sacada de un perfil de LinkedIn elegido al azar. Y de ahí para arriba. En la parte de experiencia profesional a menudo da la sensación de que el protagonista ya nació siendo jefe, y siempre en puestos interesantes. Idiomas, varios y bien dominados. En Educación se incluyen cursillos de tres días siempre que suenen bien. Y la guinda suele venir en la parte de Hobbies: además de los clásicos “me gusta el cine, la música y la lectura”, hoy en día es relativamente habitual encontrar aficiones como correr maratones e inquietudes sociales como colaborar de forma desinteresada en hospitales o recaudando fondos para causas benéficas.
Incluso si todo fuera cierto al pie de la letra, no debe resultar fácil hablar así de uno mismo delante de todo el mundo en este mundo globalizado y orwelliano en el que vivimos. El problema es que, además, casi nunca es todo verdad y, lo que es peor, muchos de los que lo leen te conocen y lo saben, por lo que la sensación de incomodidad es aún mayor.
Pero dejemos la parte social: desde el punto de vista profesional, ¿funciona esta forma de hacer los CVs? ¿Es la estrategia adecuada para atraer a los posibles empleadores?
Fernando es el actual jefe de Credit Research en el Santander. Lo fichamos en al año 2001 como analista después de un proceso de selección que lo llevó a la final junto con otro candidato con un CV sobre el papel muy superior al suyo. No es que el de Fernando fuera malo. Tenía un máster por la Universidad de San Francisco y, con sólo 25 años, ya había trabajado en una pequeña boutique financiera en San Francisco (Redwood Securities) y en JP Morgan, Londres.
Su rival tenía más de 5 años de experiencia en análisis y había sido elegido mejor analista de su sector por Institutional Investor, publicación de referencia en el sector financiero internacional. Además, tenía un MBA por la prestigiosa Kellogg School of Management. Su CV era sencillamente mejor que el de Fernando.
No obstante, Fernando incluyó una información en el suyo que fue lo que a la postre nos hizo decantarnos por él: mientras se sacaba el máster trabajó en una empresa vendiendo pisos por teléfono mediante llamadas en frío a clientes potenciales en el Estado de Texas.
Recuerdo perfectamente la conversación que mantuvimos a la sazón mi antiguo jefe y yo: “un tío de Oviedo que es capaz de llamar en frío a gente en Texas para ofrecerles pisos en California es un tío que puede con todo”.
Nosotros estábamos en plena expansión de nuestro negocio. Nuestro camino no estaba escrito. Necesitábamos gente buena, bien preparada, pero sobre todo con capacidad de adaptación y empuje para hacer frente a lo que pudiera venir en los siguientes años. Gente a la que no se le cerrara el mundo ante las dificultades y que tuviera la imaginación suficiente para ayudarnos a levantar un negocio desde abajo. Quizá en un entorno más asentado, donde fuéramos líderes y todo estuviera más definido habríamos elegido al otro candidato. Pero en aquel momento Fernando era nuestro hombre.
Fernando era analista de eléctricas y no sabía una palabra de seguros. Cuando sólo unos meses más tarde de su incorporación, al albur de las sucesivas crisis de principios del nuevo siglo, se pasaba horas hablando con el director financiero y el departamento de relación con inversores de Allmerica (una compañía de seguros radicada en Chicago) como consecuencia de nuestra exposición a ese nombre en nuestra cartera de Trading, supimos que habíamos acertado. Otro quizá mucho mejor preparado no lo habría hecho. Se habría limitado a cubrir su sector, a hablar de lo que sabe y no habría echado una mano al departamento de al lado, al banco en general.
Si la capacidad de adaptación, la mente abierta y preparada para lidiar con dificultades inesperadas, valía en el año 2001 cuando fichamos a Fernando, hoy en día, con el vertiginoso desarrollo de la tecnología a todos los niveles y los constantes cambios en la forma de trabajar, vale muchísimo más.
Corolario:
- Hoy en día los CVs han pasado de ser algo privado a representar una total exposición de nuestra trayectoria profesional, académica, e incluso vital en algunos casos, a la vista de todo el mundo.
- La redacción excesivamente hagiográfica, aparte de poder llegar a ser embarazosa desde el punto de vista social, puede ser contraproducente en términos profesionales.
- Nunca, nunca mentir en un CV. Consideraciones éticas al margen, mucha gente se puede dar en cuenta y los empleadores cuentan hoy en día con más medios que nunca para comprobarlo.
- Nunca redactarlo pensando en lo que asumimos que querrá ver el que lo lee. Podemos estar completamente equivocados. Mucho mejor ser lo más descriptivos, sinceros y precisos posibles.
- Jamás esconder trabajos que nos pueden parecer poco glamurosos o “de segunda”. Pueden decir mucho más y hablar mejor de nosotros y nuestras capacidades que las partes más “elegantes” de nuestro CV.
Puede parecer una boutade, pero, más veces de las que nos imaginamos, incluir que hemos trabajado de cajeros en un supermercado puede valer más a efectos de obtener un puesto en la dirección financiera de una multinacional que el MBA de turno en una escuela de negocios de campanillas.
Obviamente no estoy diciendo que esto último ni otros méritos profesionales no sean importantes. Sólo que, ceteris paribus, la guinda del pastel puede estar donde menos lo esperamos, incluso en fracasos, emprendimientos fallidos e incluso despidos.