El caso de María Aramoni

“Todos los que ganan tienen una cosa en común que es básica. No es la humildad ni todas esas cosas que quedan muy bien y muy bonitas. Mejor si la tienes pero hay mucha gente que ha ganado mucho, una barbaridad, y que es arrogante. Lo que te hace ganar es querer ganar y hacer todo lo que toca para ganar. Querer trabajar cuando no te apetece. Saber aguantarte en los momentos complicados pensando que van a cambiar. Ser lo suficientemente tozudo para pensar que las cosas saldrán bien cuando no salen a la primera ni a la décima. Que la mente esté preparada para asumir las dificultades para así poder superarlas. Sin lugar a dudas, todos los que ganan tienen eso”. Rafael Nadal.

 

Es un clásico en cualquier discurso políticamente correcto por parte de cualquier empresario referirse a los empleados como la parte más importante de la empresa. Pues bien, yo jamás recomendaría a nadie sentirse o actuar como un empleado. Bien al contrario, creo que todos, al realizar nuestro trabajo, deberíamos sentirnos y actuar como empresarios o, como mínimo, autónomos.

Uno puede considerar que trabaja para determinada compañía de 9 a 5 a cambio de un sueldo o bien puede elegir pensar que uno mismo es una compañía que alquila sus servicios a otra. La empresa que nos paga pasa en este caso a ser nuestro cliente. Este detalle puede parecer nimio. Al fin y al cabo el trabajo hay que hacerlo de todas formas y nos van a pagar lo mismo nos creamos unos curritos, Bill Gates o Napoleón. A mí me parece, no obstante, algo de vital importancia. Y por muchos motivos.

Aunque no tuviera ninguna otra ventaja, solamente el hecho de considerar que uno trabaja para sí mismo y que la relación con la empresa no es de subordinación sino de sociatura (lo que puede contribuir a alejar potenciales sentimientos de la alienación laboral e incluso a aumentar la autoestima), ya justificaría por sí solo el cambio de actitud. Pero es que además este cambio de mentalidad suele traer consigo un incremento del interés por el trabajo bien hecho, una mayor proactividad, calidad, rendimiento y, en definitiva, mayores posibilidades de triunfo profesional en el futuro.

Al fin y al cabo, trabajamos para nosotros mismos, para nuestra marca, para nuestra empresa. ¿Alguien se imaginaría por ejemplo a Phil Knight (fundador de Nike) cayéndosele el boli porque han dado las 5 de la tarde? Cuando uno trata de construir algo propio inevitablemente le pone más pasión que si siente que trabaja para otros a cambio de un sueldo.

Alguien pensará que esto de sentirse empresario puede valer para determinadas profesiones liberales (abogados, arquitectos,…) o para casos donde ya se haya alcanzado cierto estatus profesional (directivos, responsables de equipos,…). Yo creo que no. En mi opinión, con independencia del puesto de trabajo, esta actitud incrementa las posibilidades de satisfacción personal y éxito profesional. Veamos un ejemplo: el caso de María Aramoni.

En banca de inversión, Research (el enésimo término en inglés) es el departamento de análisis de mercados financieros encargado de elaborar informes con recomendaciones de inversión para los clientes institucionales de las entidades financieras (gestoras de fondos, compañías de seguros, etc).  En el año 2004, siendo yo responsable de este departamento en el Banco Santander, María se incorporó a nuestro equipo. Se trataba de una estudiante mexicana que estaba realizando un máster en Madrid y que vino con nosotros como becaria por un periodo de seis meses para cumplir con las prácticas laborales que le exigía el máster.

María era muy buena en su trabajo, básicamente buscar todo tipo de información que le pedían los miembros del equipo, mantenimiento de nuestros modelos financieros y bases de datos, edición de nuestros informes y muchas, muchas presentaciones en PowerPoint. No obstante, siendo una becaria que en seis meses volvería a su máster y a su país (más provisionalidad, imposible) se comportó como una verdadera emprendedora.

Todos los días, a las 8 de la mañana, hay una reunión en la que participan los distintos departamentos involucrados en el negocio de renta fija (Research, Ventas, Trading y otros) y ofrecen su visión de mercado para el día que comienza, cada uno desde su perspectiva. A estas alturas, nadie se sorprenderá al saber que esta reunión es universalmente conocida como “el morning meeting”.

María pensó que sería una buena idea lanzar una publicación nueva diaria en la que se diera cuenta de las diferentes visiones de mercado de los diferentes departamentos. Pensó que tendría valor tanto internamente como para los clientes del banco.

Yo le contesté que apreciaba su iniciativa pero que en aquel momento no había espacio para una nueva publicación. En realidad, claro que lo había. Lo que no había eran ganas por mi parte de tener que trabajar en otro informe, encima diario, que nadie me había pedido. Vaguería pura y dura.

Ella me dijo entonces que lo haría ella. Tomaría notas en la reunión y luego se encargaría de formatearlo, editarlo y escribirlo todos los días.

  • María, ya te he dicho que no lo vamos a publicar así que no hay ninguna necesidad de que pierdas tu tiempo y energía en algo que no va a ir a ningún lado.
  • Da igual. Lo prepararé todas las mañanas y te lo enviaré por email. Vendré antes por las mañanas para que no puedas decir que estoy descuidando mis tareas. Sigo creyendo que es una buena idea y quizá, al ver el informe todos los días, un día cambiarás de opinión.

La situación ya me estaba irritando (¿qué era eso de no decirle “sí, bwana” al jefe?) así que le contesté:

  • Muy bien. Como quieras. Pero que sepas que lo voy a eliminar sin leerlo cada mañana en cuanto me llegue el email.

Así que ahí estaba María. Levantándose antes todas las mañanas (a las 6.30) para hacer un informe en el que ella creía y que nadie iba a leer.

María solía imprimir su informe todas las mañanas para revisarlo en su mesa y corregir erratas, comprobar datos, etc. antes de enviármelo (la verdad es que nunca lo eliminé. Siempre me lo leía pero nunca se lo confesé).

Un día, María se dejó el informe olvidado en la impresora. Media hora más tarde, el jefe de ventas vino a mi mesa con el informe de María en la mano y me dijo:

  • La verdad es que este informe me parece una gran iniciativa que podría añadir mucho valor a nuestros clientes. ¿Tenéis pensado lanzarlo pronto?
  • Sí, claro, gracias. Estamos haciendo unos ajustes de formato antes de iniciar su publicación. Nuestra idea es sacarlo en lunes.
  • Muy bien. Gracias y enhorabuena otra vez.

Huelga decir que le pedí perdón a María y la invité a comer al mejor restaurante de Boadilla del Monte, donde está la ciudad financiera del Santander. Recordemos que todo esto tuvo lugar en 2004. Pues bien: el informe de María, que tuvo un éxito inmediato, sigue siendo a día de hoy (2016) el más exitoso del departamento.

Hay una serie de lecciones que se puede sacar de este episodio:

  • María ciertamente no actuó sólo como una empleada (que ni siquiera era, ya que era becaria).
  • Fue tremendamente proactiva.
  • Luchó por sus ideas frente a un jefe injusto y acomodado.
  • Trató de influir hacia arriba (algo vital en las grandes compañías).
  • Tuvo una gran confianza en sí misma.
  • Consideró el departamento como su departamento (se sintió empresaria), actuó en consecuencia y –muy importante-
  • Fue muy fuerte mentalmente. No se vino abajo en ningún momento a pesar de todo lo que yo le decía.

¿Tenía alguna expectativa de ganar algo a corto plazo? Absolutamente nada. De hecho, al revés: menos horas de sueño, más trabajo y, a sus efectos, un jefe medio mosqueado con ella. Y por supuesto, ni euro más de lo que fuera que le dieran por la beca, si es que le daban algo.

Y, sin embargo, no creo que sea casualidad la correlación entre esta actitud y el éxito profesional que tuvo posteriormente María: para empezar removí Roma con Santiago (no había presupuesto) para contratarla cuando le venció la beca. Y sólo tres años más tarde ya era la responsable de Trading de una institución financiera puntera en México D.F.

Ya sé que hay casos en los que a pesar de que pongamos todo de nuestra parte las cosas no acaban de salir pero desde luego cuantos más billetes compremos más posibilidades tendremos de que nos toque la lotería. O, como diría Pat Riley cuando entrenaba a los exitosos Lakers en los 80, “trabajar duro no garantiza nada pero sin ello no tenemos la más mínima posibilidad”.

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