Efecto Pigmalión

Siempre me ha gustado mucho la mitología. Los cuentos de hadas, las creencias mágicas, y las formas que han buscado los seres humanos, desde sus inicios, para dar una explicación a todo esto. Pues bien, ayer releí la historia de Pigmalión, el rey que se enamoró de su propia creación. Una escultura a la que llamó Galatea, y a la que cuidaba como si de una mujer real se tratara. Tal era su amor y devoción hacia ella, que la diosa Afrodita se apiadó de él y la transformó en una mujer de carne y hueso, con la que el rey pasó el resto de su vida.

Desde entonces, en psicología se habla del “efecto Pigmalión” para hablar del poder que puede tener sobre una persona la expectativa o creencia que otra tiene sobre ella (“Creer es crear”).

Al cine este tema se llevaría con la adaptación de la obra de teatro de George Bernard Shaw “My fair Lady”, tan maravillosamente interpretada por Audrey Hepburn.

NOTA (y esto ya es “cotilleo” cinematográfico, que también me encanta): era Julie Andrews la que estaba representando en ese momento “My fair lady” en Broadway, y le sentó a cuerno quemado que le dieran el papel de Eliza a una Audrey que apenas sabía cantar. Al final se le pasó “el enfado” cuando fue ella la que se llevó el Óscar a mejor actriz por “Mary Poppins”, que no habría podido rodar si hubiese hecho “My fair lady”. Esto confirma que al final, todo pasa por algo, y lo que un principio nos puede parecer un “castigo” del destino, puede acabar siendo una bendición. Sólo hay que mirar las cosas con perspectiva.

Aunque el “efecto Pigmalión” se suele utilizar para hablar de relaciones tipo padres-hijos, profesores-alumnos, mentores/jefes-subordinados, yo creo que puede extenderse a todo tipo de relaciones.

Es más, y tirando de mi lado almibarado y rosa, diría que en las relaciones “románticas” es un componente claro. Estoy recordando ahora esa frase de no sé qué película antigua en la que él le decía a ella: “Yo quiero ser como tú me miras”.

O aquélla en la que R. Zelleweger decía a Tom Cruise (Jerry Maguire, que tiene unos quotes buenísimos, además de una banda sonora – “Secret Garden”, de Bruce Springsteen- espectacular) que le amaba “por el hombre que quiere ser, y por el hombre que ya casi es”.

Y, ya a nivel un poco más científico, creo que fue Goethe el que dijo: “trata a un hombre como es, y seguirá siendo lo que es; trátalo como lo que puede llegar a ser, y se convertirá en lo que puede llegar a ser”.

Pero creo que es importante matizar algo. Este “efecto Pigmalión” debe utilizarse en clave positiva. Es decir, por un lado, proyectando expectativas favorables respecto al individuo en cuestión (evitemos muchas profecías auto-cumplidas tipo: “este niño es un vago”, “todo va a ser un desastre”, y declaraciones negativas/tóxicas/nubecita-negra like que no ayudan a nadie).

Porque el mundo necesita palabras y actitudes positivas. Porque las personas (y diría que hasta casi más los adultos que los niños) necesitan mucho respaldo, mucho empoderamiento y un voto de confianza por parte del resto de sus congéneres.   Que crean en ellos y que les empujen a soñar a lo grande (“apunta a la luna: si no aciertas, de todos modos caerás en las estrellas”).

Pero con mesura. Y ahí viene mi segunda matización. Si algo estoy aprendiendo en los últimos tiempos en mis relaciones con clientes y no clientes es que, muchas veces, con nuestra mejor intención, estamos faltando al respeto al otro cuando le estamos dando demasiado, o “empujando” demasiado, o “entusiasmando” demasiado con nuestras expectativas respecto a él / ella (ojo, digo respecto a él /ella, y no respecto a la relación, que ese es otro tema “harto complicado” del que escribiré en otra ocasión).

Porque, como me dice mi coach (que es, no sólo encantador, sino además muy muy sabio), la palabra clave es “contigo”.  Es decir, yo no estoy “para ti”. Estoy “contigo”. Porque, al final del día, sólo tú eres responsable de tu vida, de tus decisiones. Y por mucho que yo me empeñe en ver en ti alguien grande, destinado a grandes cosas; por mucho que te azuce; por mucho que intente contagiarte de mi fe absoluta…si tú no quieres, yo no puedo (ni debo) forzarte.

San Agustín (que ese sí que era un sabio!) lo dijo de forma muy clara: “Nada será en ti sin ti”.

Y con esa frase, enlazo una reflexión: ¿y si utilizamos el “efecto Pigmalión” para nosotros mismos también? ¿Y si empezamos a mirarnos a nosotros mismos con ese amor, con esa fe, con esa esperanza, con esa convicción, con esa seguridad, con esa ternura que miramos a otros? Una vez más, el amor incondicional comienza por uno mismo, y hasta que no aprendamos a respetarnos, aceptarnos (“una vez que hayas aceptado tus defectos, nadie podrá usarlos contra ti”), y querernos de verdad, no podremos ofrecer nada 100% auténtico a nadie más.

Escríbenos

Por qué esperar si podemos empezar ya. Escríbenos y te contestaremos tan pronto como sea posible.