Don Tóxico

“Algunas personas causan felicidad a donde van; otras cuando se van.” (Oscar Wilde)

 

Hace un tiempo recibimos una llamada de una empresa que tenía un serio problema de ambiente profesional. Uno de los departamentos de mayor peso en la entidad estaba pasando por un periodo terrible de desmotivación de sus empleados, mal ambiente y falta de compromiso.

La empresa en cuestión había probado todo para levantar el ánimo del equipo: cursos de formación, mayor flexibilidad de horarios, liberación de carga de trabajo, offsites deportivos o de actividades lúdicas, etc. Pero nada parecía funcionar.

Tras diferentes entrevistas y reuniones con los miembros de dicho equipo pudimos hacer un diagnóstico claro de la situación: la presencia de una persona altamente tóxica en el grupo.

El término tóxico parece estar muy de moda últimamente, como muchos otros del ámbito del coaching, el mentoring, la psicología, la terapia o la consultoría de recursos humanos. Y, por tal motivo, causa cierto recelo entre los más escépticos.

Pero el hecho es que las personas y las relaciones tóxicas existen y han existido siempre. Y en un entorno de cambio e incertidumbre como el actual (VUCA), donde los soft skills tienen cada vez un mayor peso en el ámbito laboral, la identificación y neutralización de este tipo de perfil es cada vez más importante.

Hay muchos tipos de personas tóxicas (psicópata, vampiro emocional, chantajista, neurótico, narcisista,…), pero lo que todas tienen en común es que su comportamiento es perjudicial, no sólo para sí mismos, sino también (y especialmente) para los que les rodean. Pues su toxicidad, como las enfermedades infecciosas, se difunde rápidamente y es altamente contagiosa.

En el caso de la empresa a la que ayudamos el miembro tóxico (un mando intermedio con cierto grado de influencia lateral y hacia abajo) jugaba el papel de víctima, con una queja constante.

Deformando la realidad, culpabilizaba a los demás de su situación (menos reconocimiento, salario y proyección de los que se creía merecedor) eximiéndose de toda responsabilidad y contagiando a todos de su pesimismo, inmovilismo (las quejas nunca iban acompañadas de propuestas, soluciones o toma de decisiones por su parte) y perfil destructivo.

Adicionalmente, y entregándose a fondo al chismorreo de pasillo, Don Tóxico descalificaba de forma sistemática a iguales y superiores, minimizando sus éxitos e iniciativas de cara al equipo.

Los miembros del equipo, sin ser conscientes del origen y foco del problema, se habían dejado envolver, convencer, arrastrar y hasta hundir por el lenguaje verbal y no verbal de Don Tóxico, hacia el que sentían (o creían sentir) una mezcla de pena, solidaridad, simpatía y obligación/responsabilidad/culpa (por su posición jerárquica, algo superior, y por su antigüedad en la empresa y el departamento).

Porque, sí, las personas tóxicas, en sus diferentes versiones, son artistas de la manipulación orientada a despertar el sentimiento de culpabilidad de sus víctimas y, por tanto, a minar su autoestima y moral. Siempre con el fin de beneficiarse de ello (la toxicidad nunca es inconsciente y siempre es utilizada para la consecución de un objetivo personal).

Con todo esto, y como decíamos al principio, el entorno laboral de dicho equipo era de desaliento, de crítica y cotilleo y, por tanto, de bajo rendimiento y eficiencia que es, al final del día, el precio que pagan las empresas por los problemas de esta índole.

Pero una vez identificado el problema, ¿cuál es la solución? ¿Cuáles son las pautas a seguir para evitar que una persona tóxica nos haga daño?

Idealmente, lo que deberíamos hacer ante una persona tóxica es huir. Lo más rápido y lejos posible.

Sin embargo, en el entorno laboral no siempre es fácil, y por eso debemos aprender a convivir con este tipo de personas de la mejor manera posible (mientras buscamos nuestra salida…o idealmente ¡la suya!).

Para ello la herramienta principal que recomendamos a los miembros de dicho equipo fue la asertividad.

Marcar límites, poner distancia y no entrar en el juego de Don Tóxico eran los pasos que sus compañeros debían seguir en el día a día para, progresivamente, recuperar: (i) la autoestima y confianza en sí mismos; (ii) el optimismo; (iii) la fuerza, ganas y  motivación para trabajar; y (iv) la objetividad en cuanto a su situación laboral, que no era mala en absoluto.

Más allá de estas pautas generales, trabajamos durante un tiempo con diferentes dinámicas de grupo, sesiones de liderazgo por influencia basada en la credibilidad, seguridad y colaboración (características todas totalmente incompatibles con los perfiles tóxicos), y herramientas de coaching sistémico que dieron su fruto, y devolvieron la productividad y alto rendimiento al departamento.

Como nota al margen, apuntar que recientemente hemos sabido que Don Tóxico terminó marchándose (no sabemos si voluntariamente o no), probablemente frustrado al ver que su método ya no funcionaba. O al menos no funcionaba ya allí, porque el tóxico lleva su toxicidad allá donde va, no cambia y, en el caso del victimista e insatisfecho, tenga lo que tenga o consiga lo que consiga, jamás dejará de quejarse.

Así que, desgraciadamente, no descartamos recibir en cualquier momento una llamada de su nuevo empleador…

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