Descarte

A menudo me encuentro con casos de personas que, llegadas a cierta edad y momento profesional, se replantean toda su carrera.

Como en la vida personal, con la famosa crisis de mediana edad, tras años en un mismo puesto, en una misma empresa, o incluso en un mismo sector, son muchos los que de pronto se preguntan si no ha llegado el momento de cambiar. De dar un giro más o menos radical a sus vidas laborales. Mucho más si encima se presenta la ocasión de hacer caja (bajas incentivadas) y comenzar de cero con sueños que quedaron atrás hace tiempo, con proyectos más creativos o “idealistas”, y una vez que ya se ha hecho “lo que se tenía que hacer” (con un orden y camino “lógico”).

Más allá del muy manido miedo a salir de la zona de confort y adentrarse en lo desconocido, el problema en muchos de estos casos es que las personas no tienen claro su plan B, esa alternativa “más inspiradora” al trabajo seguro y previsible por cuenta ajena en una oficina de 9 a 19h. Y vuelven a confundir esa segunda oportunidad que creen que les da la vida con fantasías que no siempre les pertenecen. Con meta-preferencias que pocas veces tienen que ver con quién realmente son y lo que realmente quieren.

Porque saber lo que realmente se quiere, sin testigos, influencias externas, prejuicios y mentiras de toda clase que nos contamos sin parar, es la tarea más difícil del mundo.

En estos casos, y dado que no se puede tirar de una estrategia racional de árboles de decisión cuando ni siquiera podemos identificar claramente 2 o 3 alternativas, lo mejor es empezar por definir lo que no se quiere.

Y ése ya es un paso gigantesco.

Aunque para darlo es preciso haber tenido ciertas experiencias que nos permitan conocer de cerca las cosas para poder desmitificarlas o, por el contrario, confirmarlas como claras preferencias.

Hace muchos años tuvimos un becario que despreciaba absolutamente el trabajo de análisis de mercados (sin duda uno de los más “sesudos” del sector), pues lo consideraba el hermano pobre de la banca de inversión. En su mente, y probablemente influenciado por muchas películas y libros que mostraban el glamour de ese mundo, M&A (Fusiones y Adquisiciones) era la única banca mayorista que existía, la genuina, la que valía la pena.

Yo, que venía de muchos años en ese mundo (en su versión más hard core de la City y Wall Street) tenía miles de historias tremendas que contarle….

…Niebla y flashback

4.30 am de un jueves cualquiera en la oficina, tras varios all nighters seguidos (noches enteras trabajando y sin pisar mi casa), me tomo un descanso de 10 minutos allí mismo.

Me encontraba en un sueño profundo debajo de mi mesa de trabajo, tapada con mi abrigo, cuando alguien me despertó de un puntapié…”Bueno ya está bien, tía vaga, que tenemos que seguir con nuestros modelos de descuentos de flujos de caja, que tienen que estar listos para las 8am”.  Entre dolorida y descolocada miré con rabia y extrañeza a ese pobre asociado desgraciado que se creía alguien (y que me esperaba siempre en la puerta del baño, para que no me alargara en mis “pit stops”). Ése que no dormía nunca y que sospechosamente se mantenía siempre despierto cuando a mí ya no me hacían nada los litros y litros de cafeína que me bebía a diario…

8.00 am de un miércoles cualquiera, tras varios días sin ver a un compañero de promoción, que se marchó con un fuerte dolor de cabeza la última vez.

El jefe del equipo de al lado nos reúne y nos comenta, con poca emoción:

“Hemos ido al apartamento de Jake esta mañana para despedirle por no venir a trabajar dos días sin avisar, y ni siquiera responder al teléfono. Estaba muerto. Es muy duro pero…business as usual y todo el mundo a currar.” NOTA: Jake tenía 26 años y era inmigrante, como yo y como casi todos. Es decir estaba sólo en una ciudad muy lejos de su casa, sin familia. Murió sólo y nadie lo notó en 48h.

5.00 am de un sábado de invierno.

Me encuentro sentada en las escaleras de la mansión de mi jefa, que me pidió a las 11pm, antes de marcharse, que le hiciera una presentación urgente y se la llevara a su casa a la hora que fuese. Llamo sin parar al timbre y a su móvil. Nada, no hay respuesta. Me quedo allí, congelada y medio dormida, esperando durante 2h. A las 7am aparece y me mira sorprendida pero sin atisbo de vergüenza o arrepentimiento. Venía de marcha (y con los ojos muy rojos… es otra vampira que alardea de su sospechoso estado de alerta constante y sin horas de sueño). Coge la presentación casi sin mirarme, y se mete en su casa sin decir ni ahí te pudras.

00h de un domingo, recién llegada a mi casa después de trabajar todo el día.

Suena el móvil. Es un VP (un escalón más que un asociado, pero menos que un director): “necesito que vuelvas a la oficina. Sé que te dije que podías irte y descansar por fin, pero esto es urgente”. Me monté en un taxi aún con mi pijama puesto, unas zapatillas de deporte y un abrigo encima. Al presentarme en su despacho me explica “el tema urgente” (una estupidez que podía haber hecho él mismo y al día siguiente). Luego me mira y me dice: “pero acaba pronto y vete a cambiarte a casa, porque no quiero que nadie te vea así, es una falta de respeto”. A lo que yo no pude resistirme y contesté: “tú me has faltado a mí al respeto primero, sacándome de la cama de forma innecesaria tras tenerme aquí encerrada varios días y noches seguidas.”

8pm del primer sábado libre en 5 meses.

Suena el teléfono. Un managing director (el escalafón más alto en la jerarquía de banca de inversión) de mi equipo, que está de viaje en Ámsterdam, me pide que me coja un vuelo esa misma noche porque me necesita urgentemente. Y me advierte de que en el aeropuerto me esperará su mujer, que me tiene que dar algo para él. Dejo todos mis planes y salgo para Heathrow donde, como si fuera una mafiosa o traficante, recojo una maleta que me da una tía bastante desagradable que apenas me saluda. Llego a Ámsterdam, a la recepción del hotel donde me esperaba el director. Cuando me ve aparecer, coge entusiasmado la bolsa que le traigo y dice: “¡por fin! ¡Calzoncillos limpios! Muchas gracias, si quieres puedes volverte a Londres.”. Ni que decir tiene que lo denuncié a RRHH y lo degradaron unos cuantos puestos, donde fue él (y no yo) el que se quedó durante meses hasta altas horas de la madrugada haciendo Excels de todo tipo.

10am de un lunes cualquiera en la máquina de café. Escucho una charla desenfadada entre dos analistas (los curritos, como yo, recién salidos de la universidad). Uno le pregunta a otro: “¿qué has hecho en tu primer fin de semana libre?”. Y el otro, que se cree el lobo de Wall Street y no ve que es sólo un pringado como todos, responde mientras se atusa el pelo: “Me alquilé un helicóptero y me fui a Venecia, donde me he pulido 10.000 libras en copas y demás.”

Todas esas cosas y muchas más podría haberle contado yo a ese becario algo iluso, pero no lo hice. Porque no le habría servido de nada. Tenía que comprobarlo por sí mismo (y lo hizo…¡y al poco tiempo nos pedía volver!).

Puede que a cierta edad ya no estemos para el “prueba y error”, porque hay mucho más en juego, porque es más difícil reengancharse y reinventarse, y porque a menudo tenemos cargas personales que nos hacen menos libres y que tienen una respuesta mucho más dura a la famosa pregunta de coaching de “¿qué es lo peor que puede pasar?”.

Pero incluso en esas circunstancias, y aun cuando no podamos vivir la experiencia temporalmente como experimento antes de volver a atrás o tirar hacia adelante o en otra dirección, sí podemos descartar ciertas cosas generales que sabemos que acompañan a ciertos trabajos/equipos/empresas/sectores/alternativas laborales o perfiles profesionales en general.

Empezando por lo más general (horarios, formato de trabajo, rutina diaria, dificultad, formación, proyección de futuro, remuneración, estilo de vida, etc.) y cerrando progresivamente el embudo hasta lo más particular (tal o cual empresa, tal o cual trabajo).

Y funciona. Porque aunque no sepamos a ciencia cierta si estamos acertando (¿realmente lo sabemos alguna vez cuando tomamos cualquier decisión?), vamos dejando atrás lo que ya no nos vale, lo que no nos sirve. Y nos vamos acercando progresivamente, si no ya al trabajo ideal (que creo que es una quimera), sí a la opción que esté más alineada con lo que realmente somos.

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