“El que sabe pensar pero no sabe expresar lo que piensa está en el mismo nivel que el que no sabe pensar”.
Pericles, c.495 AC, c.429 AC
Reflexión 1
Las empresas, todas, pero especialmente las más grandes, practican un capitalismo salvaje, son despiadadas y sólo buscan maximizar su beneficio. A costa de lo que sea. Persiguen los menores costes y los mayores ingresos posibles, incluso si los compradores o los trabajadores atraviesan momentos especialmente delicados. Son lobos depredadores.
Reflexión 2
Las mujeres están discriminadas en las empresas porque en puestos equivalentes, con el mismo nivel de responsabilidad y resultados, cobran menos que los hombres.
Aunque lo pueda parecer, y más hoy en día, este post es meramente técnico y no tiene intención alguna de abrigar carácter político alguno. Este post tiene que ver con un aspecto en el que insistimos una y otra vez hasta repetirnos como un disco rayado: la importancia de la comunicación. La importancia de que los mensajes que tratamos de enviar (desde los directos hasta los subliminales, a menudo mucho más importantes) sean efectivos.
Y nada es menos efectivo desde el punto de vista de la comunicación que decir una cosa y su contraria al mismo tiempo. Aunque desde luego no se trata de nada nuevo, últimamente hemos vuelto a ver a algunos personajes de la vida pública defender las reflexiones 1 y 2 simultáneamente. Lo cual, al chocar con la lógica más elemental, resta credibilidad al mensaje que se quiere transmitir.
Veamos: si aceptamos que el empresario es un lobo estepario, codicioso y despiadado, alguien a quien no le importa el sufrimiento de los consumidores ni de sus empleados, alguien exclusivamente centrado en la maximización del beneficio a costa de lo que sea, ¿por qué no contrata sólo mujeres? ¿por qué no contratar a personas que hacen el mismo trabajo por menor precio? ¿Por qué hay hombres en las empresas, no digamos en aquellas en las que son mayoría?.
Sí, ya sabemos que, para acabar de rematar la faena, los empresarios (y empresarias) son además todos (y todas) unos (y unas) machistas sin remedio. Lo que pasa es que, siendo la encarnación del mal, la única virtud que no se les puede negar es la astucia del malvado, ¿no? Despiadados sí; capitalistas salvajes, sí; egoístas, sí; pero ¿tontos? ¿Buscan el beneficio a cualquier precio y luego deciden pagar un sobreprecio que va en contra de toda su filosofía mercantilista extrema cuando podrían pagar sueldos más bajos y obtener, por tanto, mayor rendimiento empresarial?
Insisto: ni estoy defendiendo (ni dejando de defender) a los empresarios ni mucho menos estoy negando la discriminación histórica de las mujeres en el mundo laboral. Claro que existen empresarios despreciables y claro que las mujeres se han enfrentados a siglos de discriminación. Ambas cuestiones las hemos tratado ya y las seguiremos tratando aquí en el futuro.
Lo que digo es que ambas reflexiones son mutuamente excluyentes. No se pueden cumplir las dos a la vez. Por separado, son opiniones más o menos discutibles. Juntas se anulan y pierden efectividad.
Otro ejemplo igual o más polémico pero que trataré con la misma vocación descriptiva y aséptica en términos de opinión: la equiparación sin matices de las personas Trans a su nuevo género. Cuando digo sin matices no me refiero por supuesto ni a derechos fundamentales ni a la más mínima falta de respeto en ningún sentido.
Me refiero a cuestiones de puro sentido común. Tomemos por ejemplo las competiciones deportivas (evitando el trazo grueso de preguntarnos qué pasaría si Messi pasara a considerarse mujer y pidiera jugar en el equipo femenino del Barça): la mejor manera de asumir la no diferencia de géneros sería eliminar las categorías masculina y femenina en los deportes.
Efectivamente, dado que el llamado género (tomado de gender en vez de sexo) no es una distinción biológica sino una decisión personal que además puede ir cambiando en algunos casos (género líquido) lo justo sería una categoría única en los deportes.
Sólo con pararse a pensar en que la tenista más laureada de la historia, Serena Williams, seguramente no habría ganado título alguno ni habría estado en el Top100 se entiende cómo las defensas extremas y sin matices de ciertas cuestiones pueden generar el efecto contrario al deseado. De ahí viene buena parte de los enfrentamientos de las feministas históricas con las de nuevo cuño.
Dicho esto, y partiendo del principio de teoría económica del comportamiento racional de los agentes, quizá los que defienden todo esto no estén confundidos. Quizá son conscientes de todo y no les importa defender cuestiones nominalmente contradictorias e incluso injustas con tal de nivelar el campo de juego.
Si en una barca de remos sólo utilizamos uno será casi imposible que avance en línea recta. Necesitamos el otro remo, totalmente opuesto, para conseguirlo. Cada remo, individualmente considerado, lleva a la barca a dar vueltas sobre sí misma. Los dos a la vez la hacen avanzar en armonía.
Puede que los que defienden la reflexión 2 (el sueldo de las mujeres) saben que deberían hilar mucho más fino al abordar una cuestión con tantos matices. Pero quizá lo único que persiguen es enderezar la barca de siglos de discriminación poniendo un contrapeso inexacto individualmente analizado pero necesario atendiendo al contexto global y al objetivo perseguido.
Si es así, nada que objetar excepto que sería la enésima demostración de lo difícil que es comunicarse en el mismo plano de entendimiento, lo cual genera además polarización y división:
Hay extremistas que, de buena fe, creen que los que están en contra de la inmigración ilegal (jamás la legal) por motivos perfectamente racionales no salvarían a los integrantes de una patera si pudieran, que no les importaría que murieran en el mar. Y hay extremistas que, de buena fe, creen que los que defienden un estado laico y aconfesional no son sensibles al valor cultural y artístico de la catedral de Burgos y la quemarían si pudieran.
La clave es, pues, ser conscientes de lo que comunicamos más allá de nuestras palabras. Sólo así se podrá ser efectivo a nivel profesional. Para ello, el enfoque cultural y global que siempre defendemos resulta clave.
Una misma frase, exactamente la misma, pronunciada exactamente igual, no significa lo mismo en México que en Alemania; ante una audiencia con una edad media de 30 años o de 50; con más mujeres o con más hombres; dicha por un marroquí o por un canadiense; dicha ante banqueros de inversión o ante músicos…
Conocer todos esos matices ayuda a mejorar la comunicación, a controlarla, y, por tanto, a ser más efectivos con equipos, jefes, accionistas, colaboradores… Hablaremos de todo esto con múltiples ejemplos prácticos y reales en nuestro próximo vídeo.