Completas, creativas y llenas de recursos…

Hay algo del coaching que me parece muy importante y tremendamente práctico para la vida en general.

Uno de los pilares del coaching co-activo es que las personas (clientes, en este caso) son “completas, creativas y están llenas de recursos”. Es decir, que el coach no puede acercarse al cliente con la intención de darle respuestas, solucionarle los problemas y transformarle en una persona “mejor”. Porque el cliente ya tiene dentro de sí mismo todas las respuestas, porque es perfectamente capaz de tomar las riendas de su vida (aunque en ese momento no lo crea, de ahí la importancia de las palabras de empoderamiento) , y porque el cambio es algo que hará por sí solo.

Con todo esto, la actitud del coach debe ser humilde, la de un igual que simplemente acompaña al coachee a descubrir quién es y de lo que es capaz una vez que se libere de las cadenas de la mente y el ego. Y eso lo hará haciendo preguntas (abiertas, espontáneas y flexibles), no dando respuestas. Pero esto ya es un tema para un post futuro…

Eso mismo (reacción coach-cliente) sería aplicable (y de hecho la mayoría de libros de estrategia empresarial y liderazgo lo subrayan) en el terreno profesional. Muchos directores de orquesta lo han articulado de forma muy gráfica y sencilla. Von Karajan, por ejemplo, decía que “el arte de dirigir consiste en saber cuándo hay que abandonar la batuta para no molestar a la orquesta”. Y Barenboim, que “la función de un director de orquesta es inspirar a los músicos para que puedan sacar lo mejor de sí mismos”.

Y las relaciones personales no son diferentes. Por alguna razón, existe una tendencia generalizada a querer cambiar a las personas. En las parejas es habitual escuchar ese “ya cambiará” que sirve al que lo dice (lo siento, pero en la mayoría de los casos son mujeres) para tener la esperanza de que la relación funcione a largo plazo.

A gran escala, ¿cuántos de nosotros, no necesariamente desde la soberbia o falsa modestia sino más bien desde lo que creemos es altruismo, hemos dicho alguna vez que queremos cambiar el mundo? Pero de lo que no nos damos cuenta es de que, si queremos cambiar el mundo, debemos empezar por cambiar nosotros. Lo dijo Gandhi y también lo dijo Michael Jackson en “Man in the mirror”. Y también Francis Picabia, y Kant, y un proverbio chino…y muchos más.

Son de esas “obviedades” que a veces nos revienta leer en libros tipo “¿Quién se ha llevado mi queso?” o “El monje que vendió su Ferrari”. Pero que, a la hora de la verdad, somos incapaces de llevar a cabo en nuestro día a día. Y aquí seguimos todos dándonos ínfulas, echando balones fuera y frustrándonos porque el de enfrente no es lo que creemos que “debería ser” ni nos da lo que “debería darnos”.

Ese “deberían ser” es algo de lo que L. Wolk habla en su libro de “El arte de soplar las brasas”. El autor, en el contexto del aprendizaje transformacional, habla de que las cosas simplemente “son”. Ni buenas ni malas, porque estos adjetivos sólo dependen del observador (los modelos mentales de P. Senge).

De nuevo, típica perogrullada del estilo “la vida depende del cristal con que se mire” etc., pero que se nos olvida en el momento de echarle en cara a alguien que no cumpla con nuestras expectativas o coincida con nuestras opiniones.

Dando un salto hacia terrenos un poco más pantanosos, en el terreno new age, existen personas que defienden que todos somos maestros para todos. Que cada persona que aparece en nuestro camino, incluso las que menos nos gustan, tienen algo que enseñarnos. A veces incluso sobre nosotros mismos. El llamado “efecto espejo”.

Alguien me dijo recientemente que, cuando algo me exaspere de otro, me pare y mire dentro de mí. Porque tal vez el hecho de que ese cualidad o acción del otro me ponga nerviosa, frustrada o triste tenga la raíz en alguna de esas trampas de la mente o del ego de las que ya hablé antes. Ya sea autoestima, dependencia, miedo, o cualquier otra cosa.

Así que, aunque nos cueste, puede que al final tengamos que agradecer a esa persona que nos saca de quicio por habernos enseñado una lección valiosísima sobre nosotros mismos.

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