ICF establece 11 competencias del coach, agrupadas en 4 grandes grupos: (1) establecer los cimientos; (2) creación conjunta (coach-cliente) de la relación; (3) comunicar con efectividad; y (4) facilitar el aprendizaje de los resultados.
Las competencias de los grupos 1 y 2 hacen referencia a la co-creación de un espacio seguro y de valentía, en el que el cliente pueda expresarse con libertad y donde se suscite su transformación. Para ello, y más allá de la adhesión, por parte del coach, al código deontológico y los estándares profesionales, ambas partes (coach y cliente) deberán diseñar una alianza consciente de la relación y sus
objetivos.
En el grupo 3, se encuentran habilidades tales como: la escucha (una escucha activa, curiosa, profunda global, y que implica la presencia total por parte del coach); las preguntas potentes (abiertas y que evoquen claridad, acción, descubrimiento, toma de conciencia o compromiso) o de reflexión (que inviten a la introspección y el análisis por parte del cliente); o la comunicación directa por parte del
coach (intuición, petición, reencuadre, reconocimiento, articular lo que está pasando, responsabilidad, reto, respaldo…).
Por último, es fundamental que todas estas competencias resulten en algo práctico y real (acciones destinadas a un cambio visible) para que el coaching cumpla su cometido. En este sentido, el grupo 4 incluye competencias tales como el establecimiento y la planificación de metas a corto y largo plazo (así como de los pasos intermedios para su consecución), la toma de responsabilidad por parte del cliente, y
la gestión conjunta del progreso en dicho plan.