Como seguidor del Real Madrid, la época del primer Barça de Guardiola fue especialmente difícil de digerir. Recuerdo con especial amargura estar presente en el Bernabéu cuando perdimos 2-6. Aunque sea difícil de creer, lo mejor de aquel partido fue el resultado. Pudo fácilmente haber sido 2-10.
Aquel Barça parecía que jugaba al balonmano en vez de al fútbol. Parecía imposible robarles el balón. Como madridista es particularmente doloroso reconocer que su superioridad era absoluta pero mi forofismo no llega al punto de impedirme ver la realidad de forma objetiva.
Lógicamente, el Madrid se puso manos a la obra y lo intentó todo durante los meses siguientes. Llegó incluso a renegar de su condición de “equipo grande”, alineando formaciones ultradefensivas (con Ramos o Pepe por delante de la defensa) y siendo inusualmente leñeros. Las clásicas armas de equipo chico frente al grande, algo que ni los más viejos del lugar recordaban en Chamartín. Un auténtico anatema para el tradicional orgullo blanco.
Nada funcionaba. Jugar a no perder contra aquel Barça era una sentencia de muerte, la mejor manera de cosechar una nueva y dolorosa derrota. Recuerdo, aunque me cueste reconocerlo, que antes de los partidos casi me conformaba con una derrota honrosa, con no volver a salir vapuleado. A muchos como yo llegaron a comernos la moral.
Con el paso de los partidos, las tornas comenzaron a cambiar. ¿Cómo? ¿Reforzando aún más el sistema defensivo? ¿Dando todavía más patadas? No: atacándoles. Haciendo que ellos también sufrieran en defensa. Obviamente el riesgo de encajar goles aumentaba, pero también lo hacían las posibilidades de ganar el partido.
En definitiva, salir a empatar a cero o a ganar 1-0 era muy difícil contra aquel equipo. Era más factible ganarles 3-2 ó 4-3. Había que interiorizar la idea de que encajar goles era prácticamente inevitable, el precio que había que pagar por tener la oportunidad de ganar. Había que imponerse vía intercambio de golpes, no a base de miedo, precauciones y conservadurismo.
Estoy convencido de que en el mundo laboral, en el de las finanzas y diría que en la vida en general pasa lo mismo. Jugar a no perder es a menudo la mayor garantía de fracaso. Jugar a ganar aumenta las posibilidades de enfrentarse a fracasos parciales pero también de ganar la partida definitiva.
Para un ahorrador, poner en riesgo su dinero es muchas veces difícil de aceptar. Hay operaciones que le pueden salir mal. No obstante, tenerlo en la cuenta corriente 20 años es la mejor manera de garantizarse una gran pérdida de valor adquisitivo. Lo que hay que hacer es acertar más veces de las que se falla, pero la inacción, aunque a corto plazo pueda provocar una falsa sensación de seguridad, es una opción que sólo conduce al fracaso.
Qué decir del entorno laboral, y mucho más en la época en que nos estamos adentrando, donde la seguridad de los “trabajos para toda la vida” se bate en franca retirada. Sé que no siempre es fácil, que da miedo, que las veces que la cosa sale mal (los goles encajados) ponen nuestra fe y nuestra fortaleza mental a prueba, pero hay que intentarlo. Hay que, con actitud positiva, pensar en que la vez siguiente saldrá bien, que estamos ejecutando un plan donde los reveses están contemplados desde el primer minuto, que los aciertos llegarán, que no queda otra opción.
Me contó mi socia Beatriz que el Coaching como disciplina tuvo su origen en el mundo del deporte. No me extraña. El deporte es como un laboratorio de la vida misma. El equilibrio entre defensa y ataque, entre miedo y ambición, la importancia de la inteligencia, de la estrategia, del esfuerzo, de la fe en los momentos complicados, de la fortaleza mental, de la suerte,…
Rafa Nadal, probablemente uno de los mayores expertos en “ganar”, confirma nuestra percepción: “Lo que te hace ganar es querer ganar y querer hacer todo lo que toca para ganar. Querer trabajar cuando no te apetece. Saber aguantarte en los momentos complicados pensando que van a cambiar. Ser lo suficientemente tozudo para pensar que las cosas saldrán bien cuando no salen ni a la primera ni a la décima. Que la mente esté preparada para asumir las dificultades para así poder superarlas. Sin lugar a dudas, todos los que ganan tienen eso”.
¿Alguna mención al saque, al resto, a alguna estrategia tenística? Ninguna. Lo que dice Nadal se puede aplicar perfectamente a cada uno de nuestros trabajos, a nuestras vidas. Después de una crisis tan dura como la que hemos pasado es relativamente habitual en las empresas ver a personas con grandes posibilidades agarradas a la silla, sin atreverse a levantar la voz, a seguir su instinto, a luchar por sus ideas. Soportando jefes en no pocas ocasiones caprichosos o injustos.
Aparte del peaje que pagan en términos de autoestima y realización personal, lo peor es que ni siquiera eso les garantiza que no serán los elegidos en uno de los siguientes y, por desgracia, cada vez más habituales EREs (mutatis mutandis, lo mismo que le dijo Churchill a Chamberlain: “os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra. Elegisteis el deshonor. Ahora no tenéis honor y tendréis guerra”).
Por supuesto, nada de esto tiene que ver con actuar de forma descuidada, alocada, desdeñando la gestión del riesgo. No hablo de ir al ataque descuidando la defensa. Eso sería absurdo. Pero sí de tomar la iniciativa en el entendimiento de que la alternativa del conservadurismo o, por no andar con paños calientes, de la parálisis derivada del miedo puro y duro, es una estrategia casi siempre perdedora.
Beatriz, antes de ser mi socia, fue durante más de diez años, y a falta de una palabra mejor, mi subordinada. Vamos, que yo era su jefe. Desde el primer minuto me quedó claro que no tenía la más mínima intención de pasar por aro corporativo alguno que ella considerara ilógico. Nunca tuvo miedo a perder el empleo.
Siempre parecía con la maleta hecha, preparada para dejarlo todo. Jamás calentó la silla para parecer que trabajaba. Era tremendamente brillante, responsable, confiable y resolutiva, pero exigía ser valorada por sus resultados, no por otro tipo de consideraciones. Tenía ideas para mejorar el entorno laboral fuera del contenido específico de su trabajo y luchaba por ellas.
No estaba atenazada por el miedo y no le hacía la pelota a nadie. Si pagó un peaje o no, o si su carrera se vio o no ralentizada por esta forma de proceder, sólo ella lo sabe (desde fuera da la sensación de llevar una trayectoria de lo más exitosa). Lo que está claro es que llegue donde llegue lo habrá hecho como la canción de Sinatra, a su manera, y eso proporciona una seguridad interior y una paz espiritual que no tienen precio.
Hablando con ella, resulta que durante toda su carrera fue así. Dejó trabajos bien pagados y prometedores sólo por seguir sus ideas. Posteriormente, y compaginándolo con el trabajo, se hizo coach certificada por pura vocación y montó esta humilde empresa a la que me invitó a participar como socio. Siempre fue suave con los de abajo y dura con los de arriba y siempre jugó al ataque y se mantuvo por delante de la curva, como se dice en la jerga de los mercados financieros.
Por supuesto, como jefe este tipo de colaboradores es lo mejor que te puede pasar. Predica con el ejemplo, motiva al resto del equipo, no busca los focos ni el aplauso gratuito (esto creo que, siendo positivo, lo lleva un poco al extremo dada la sociedad en la que vivimos) y es tremendamente brillante en su trabajo. Qué más se puede pedir.
Precisamente porque Beatriz no es conservadora y juega para ganar, puede llegar el día en que un jefe lo suficientemente inseguro o acomplejado la ponga en la calle. No creo que le importara. Seguramente encontraría otro trabajo en poco tiempo y mantendría la estrategia de ataque que mantiene ante la vida, no sólo en el trabajo.
Otro ejemplo en la misma línea, y también dentro de mi antiguo equipo, es del de Julia. Después de una larga carrera en banca de inversión a pesar de ser aún joven, decidió dejar la seguridad de un puesto destacado dentro del departamento de Análisis (responsable de Estrategia de Crédito y de sectores tan importantes como el de Telecoms) para perseguir su sueño de convertirse en profesora de educación infantil (lo más parecido al monje que vendió su Ferrari que me haya tocado ver de cerca).
En estos momentos se encuentra terminando los estudios y certificaciones correspondientes para poder ejercer profesionalmente, por supuesto por una compensación bien diferente a la que obtenía en el mundo de la banca de inversión.
Siguiendo con el ejemplo del fútbol, decía Santiago Bernabéu al final de sus días que no se arrepentía de nada de lo hecho en su vida. Que, en todo caso, se arrepentía de lo que había dejado de hacer. No es inusual escuchar este tipo de reflexiones por parte de las personas mayores.
Yo estoy convencido de que a Julia le irá muy bien en su nueva vida, en su nuevo trabajo, entre otras cosas porque es vocacional. Pero incluso si no fuera así o encontrara dificultades imprevistas, en mi opinión ya habrá ganado. Cuando mire hacia atrás verá que lo intentó, que no se conformó permaneciendo atada a la seguridad de un sueldo y que tuvo el valor de perseguir sus sueños. Como madre, es el mejor ejemplo que puede darle a sus hijos en estos tiempos de cambio.
Quizá los ejemplos de Beatriz y Julia puedan ser algo extremos pero me son muy cercanos y sirven para ilustrar la idea que quería transmitir. No hablo necesariamente de tomar grandes riesgos ni grandes decisiones, pero sí de no dejarse paralizar por el miedo y el conservadurismo extremo. De entender que el dinero dejado en la cuenta corriente por temor a ponerlo a trabajar valdrá poco dentro de unos años. De que, a menudo, no hacer nada es el mayor de los riesgos.
Por cierto, esta temporada el Barça ha vuelto a ganar la liga, en esta ocasión de forma tan holgada que a falta de varias jornadas ya era matemáticamente campeón y a falta de sólo dos partidos tenía a tiro el récord de terminar el campeonato invicto. Pero no lo consiguió. En el penúltimo partido de la temporada, en casa del Levante (15º clasificado), perdió por sólo un gol de diferencia: el Levante encajó cuatro goles pero metió cinco.