¿Cómo lo sabes?

Tolerancia es una palabra que, en los tiempos que corren, utilizamos mucho (y con razón, teniendo en cuenta cómo está el patio). Hablamos de tolerancia hacia las creencias de los demás, hacia sus costumbres, sus opiniones, sus formas de vestir o de vivir… Tolerancia entendida como respeto, ingrediente básico de cualquier relación.

Sin embargo, a veces confundimos esa tolerancia, ese respeto, con un silencio, una abnegación, un servilismo, una credulidad ante las afirmaciones de los demás, que anulan por completo nuestro derecho (y yo diría que casi obligación) a cuestionarlo todo. TODO.

Hay miles de frases célebres a este respecto, tales como: “Hacer preguntas es prueba de que se piensa” (R. Tagore), o “No sólo enseñes a tus hijos a leer; enséñales a cuestionar lo que leen” (G. Carlin) (y hasta lo que tú les enseñas, dijo ahora no me acuerdo quién).

Pero una de las que más me gusta es: “Cuestiona con audacia hasta la existencia de dios; porque si existe uno, él seguro que aprueba más el homenaje a la razón que el homenaje al miedo ciego” (T. Jefferson).

Cuestionar es bueno y muy enriquecedor, no sólo para el que se pregunta el porqué de las cosas y se niega a ser un borrego. Sino también para el que ha sido retado a explicar en detalle su aseveración, su tesis o su opinión. Sea quien sea, y aquí da igual el cargo, importancia, gremio… Al fin y al cabo todos somos humanos, falibles y con mucho por aprender y mejorar.

El problema es que a menudo el que cuestiona se siente irrespetuoso al hacerlo, probablemente por un tema cultural o educacional.

NOTA: esto me recuerda al problema de la asertividad del que escribí en otro post:  aún (en mayor medida las mujeres) tenemos miedo de hablar de dinero o ambición profesional  a la que, por cierto, ponemos la coletilla de “sana” para “disculparnos”.

Y el cuestionado, por tanto, se siente atacado o amenazado de alguna manera (con las consiguientes reacciones defensivas, soberbias, de negación, o de “vuelta a la tortilla”).

Y entramos en un bucle del que es difícil salir, y acabamos por callarnos la boca y “evitar conflictos”. Cuando realmente el intercambio de opiniones, el debate, no deberían ser considerados batallas. Ni las preguntas flechas. Sino una oportunidad de aprender para todas las partes implicadas.

Puede que muchas de esas discusiones / conversaciones no acaben en un acuerdo entre las partes. O puede que sí.  O que al menos las preguntas de uno hagan pensar al otro, e incluso replantearse su creencia inicial (que de las bondades de la flexibilidad hablaré algún día: “Aquel que tiene la misma visión del mundo a los 50 que a los 20 ha desperdiciado 30 años de su vida” – M. Ali).

Pero eso realmente da lo mismo. Lo importante es, como decía A. Einstein (gran defensor de la imaginación y la curiosidad como verdaderos signos de inteligencia ):  “Lo importante es no dejar de hacerse preguntas”. Y hacérselas a los demás cuando tengamos una duda.

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