¿Cuántas veces hemos oído a gente que tras pasar por una situación traumática (un infarto o la muerte de un ser querido) dicen haber aprendido a disfrutar de las pequeñas cosas de la vida y a centrarse y valorar lo que ‘de verdad importa’?”
Esta frase corresponde a nuestro post de la semana pasada, E=MC². Pues bien, sólo tres días después, en una entrevista concedida al suplemento del diario El Mundo, La Otra Crónica, el actor José Coronado decía lo siguiente en relación al infarto que sufrió el pasado mes de abril: “a raíz del infarto, valoro más el día a día y disfruto muchísimo más de las cosas. Me ha hecho detenerme mucho más en los pequeños detalles y relativizarlo todo mucho más”.
Cualquiera que observe a Cristiano Ronaldo un día en el que se queda sin marcar gol puede ver su nivel de ansiedad, haya ganado su equipo o no. Su autoexigencia es máxima, hasta el punto de que a pesar de tener poco que demostrar a estas alturas de su carrera, realmente sufre cuando no consigue su objetivo individual. Este es un claro ejemplo de cómo la insatisfacción a corto plazo y el inconformismo pueden llevar al éxito profesional, que cuando llegan los títulos y el reconocimiento personal se transforman otra vez en satisfacción.”
Este párrafo también pertenece al mencionado post. Cuatro días más tarde el Real Madrid le ganó al Eibar 3-0. Cristiano no marcó y al día siguiente, Marcos López, en su columna del diario deportivo Marca escribió: “Ronaldo no marcó y se fue del campo maldiciendo, quizá por eso el mejor es él” (al día siguiente la FIFA le otorgaba su segundo trofeo consecutivo The Best al mejor jugador del año).
Aunque pueda parecer lo contrario y no haya forma de probarlo, no estoy cometiendo la inelegancia de autocitarme para sacar pecho ni presumir del clásico “ya lo decía yo”. Si lo hago es porque, al menos a simple vista, el timing de nuestro post, sólo unos pocos días antes de la publicación de la entrevista a Coronado y la columna de Marcos López, parece casi perfecto.
Pero, ¿realmente fue así o era yo que, a nivel subconsciente, estaba buscando información que corroborara lo expuesto en el blog y por eso di de manera “casual” con este par de informaciones que “me daban la razón”?
Mi padre, de cuyo fallecimiento se cumplirá el vigésimo aniversario dentro de un mes, era una persona extraordinaria en muchísimos sentidos. Aunque como hijo destacaría sobre todo sus cualidades personales, lo cierto es que desde el punto de vista de los negocios era una persona verdaderamente especial por muchas razones.
Como muestra sólo diré que, habiendo nacido en Veracruz (México) en una familia humilde y habiéndose tenido que hacer cargo de su familia (madre y hermanos) tras el fallecimiento de su padre no habiendo cumplido los 20 años, antes de los 40 ya había fundado un banco, a cuya inauguración asistió el presidente de la República, Adolfo López Mateos. Después vinieron muchos otros proyectos empresariales y vicisitudes de todo tipo, ya en España.
Si hago esta pequeñísima alusión a la peripecia empresarial de mi padre es porque él, que varias veces en la vida pasó de no tener nada a alcanzar los retos más impensables (mirando siempre con igual distancia a esos dos grandes impostores que son el éxito y el fracaso), siempre me decía: “hijo, para conseguir las cosas primero hay que soñarlas”.
A mí me sonaba a una recomendación genérica de tener ilusión, de afrontar los retos con lo actitud correcta, pero no mucho más. Hasta que fui leyendo en la prensa y algún libro distintos artículos científicos que apoyaban la literalidad de la recomendación de mi padre. Que decían que, efectivamente, soñar o visualizar un objetivo aumenta las posibilidades reales de conseguirlo.
Uno de los artículos que más me llamó la atención trataba de explicarlo poniendo el ejemplo de un bar lleno de gente. Si estamos dentro del local observando al personal, lo más probable es que mezclemos unas caras con otras, que nos cueste distinguir a las personas y que tendamos a agruparlas en un todo uniforme, algo parecido a cuando observamos una grada atestada durante un concierto. Que veamos un bosque, y no los árboles que lo componen de forma individualizada.
Sin embargo, siguiendo en la barra de nuestro bar, si nos dicen que estemos atentos porque tendremos que identificar a una persona con una chaqueta roja que nos va a dar un mensaje importante, entonces nuestra vista se agudizará y pasará a concentrarse en cualquier prenda de color rojo, pasando todo lo demás a un segundo plano, aumentando así las posibilidades de que identifiquemos a nuestro contacto. El bosque se transformará en árboles, ramas y hojas individuales, eliminando todo lo demás.
De la misma forma, si soñamos con nuestro objetivo, si lo visualizamos, pondremos todos nuestros sentidos a trabajar en pos de su consecución, dejando de lado mentalmente todo aquello que nos aleje del mismo.
Seguramente, de no haber escrito el post de la semana pasada, no me habría fijado especialmente en lo que decía Coronado o Marcos López. Identifiqué rápidamente los mensajes que corroboraban mi argumento porque de alguna forma inconsciente estaba con las antenas desplegadas para percibir ese tipo de señales.
Si mi socia Beatriz es la soñadora y yo el pragmático, si ella es la Quijote/Cyrano y yo Sancho Panza/Le Bret, resulta que finalmente los extremos se tocan y que para ser pragmáticos y obtener resultados concretos (lo que no son cuentas son cuentos que decía Emilio Botín) es imprescindible que también seamos unos soñadores.
Bienvenidos, una vez más, a nuestro modelo de Coaching y Mentoring. Bienvenidos a nuestra particular Teoría del Todo.