Un subproducto de la inevitable política existente dentro de cualquier organización, presente en todas las relaciones sociales desde que el mundo es mundo y una persona, sea un profesor, un rey o un jefe, tiene influencia sobre la vida de otra, es el peloteo.
Un jefe mío solía decir que hasta el más burdo funciona, que en este caso la cantidad importa más que la calidad. Que si te dicen constantemente que eres el más listo y el más guapo, aunque sepas perfectamente que estás más cerca de Alfredo Landa que de Brad Pitt, acaba por gustarte, acabas incluso por creértelo y favoreciendo al pelota.
No sé si esto será cierto. Me imagino que dependerá de la personalidad del peloteado. En todo caso, creo que un método más sutil, más sofisticado, más seguro y más efectivo es utilizar la parresia, que según la RAE es “f. Ret. Apariencia de que se habla audaz y libremente al decir las cosas, aparentemente ofensivas, y en realidad gratas o halagüeñas para aquel a quien se le dicen”.
El peloteo disfrazado de crítica. Así pareces más auténtico, no se nota que haces la pelota, justo por eso ganas credibilidad y el resultado puede ser más efectivo. Todo con tal de marear al jefe:
- “¡Ya está bien! Estás siendo injusto con todos nosotros. No todos tenemos la capacidad de trabajar 16 horas al día incluidos fines de semana. Si tú eres capaz de hacerlo, pues muy bien. Pero el resto tenemos derecho a tener horarios razonables (traducción: oh, jefe, eres tan trabajador, tienes un grado tal de compromiso con la empresa, le pones tanta pasión a lo que haces, tienes una capacidad tan grande de conciliar tu vida familiar con la profesional a pesar de no dejar de pensar ni un minuto en el desarrollo del negocio, eres tan meticuloso y perfeccionista,…).
- No entiendo cómo aguantas tanta cena en Puerta de Hierro con tus amigos esos del golf. Debe ser insoportable tanto marqués, tantos Boscos y tantas Pititas… Yo no aguantaría ni una semana entre tanto pijerío. Qué horror. Tú, que encima no eres así para nada. No te entiendo. En fin. Tú sabrás (traducción: estás forrado de familia, menuda clase tienes, te codeas con la flor y nata de la sociedad y encima no le das importancia, eres tan, tan humilde…).
Esto del peloteo, tan denostado socialmente, es en el fondo una cuestión de perspectiva. Por alguna razón, el peloteo al cliente sí está bien visto. Si dices el manido “el cliente siempre tiene razón” todo el mundo estará de acuerdo y resaltará tus altas capacidades comerciales.
Nadie considera pelota al maître que le dice al cliente “excelente elección, señor” después de que éste haya elegido cualquier plato o vino de la carta. Nadie se extraña de que si pagas un billete de turista la línea aérea te trate como si fueras ganado y te embuta en un asiento donde no te caben las piernas y tienes el respaldo del asiento de adelante en la cara, mientras que si vas en business todo sean atenciones y sonrisas. Este es un caso claro de que la amabilidad tiene un precio, de que no es natural, de que depende de la cuenta corriente. Y aun así funciona y está bien vista.
Por eso digo que todo es relativo. De hecho, en un post anterior hacía alusión a las ventajas de no comportarse como un empleado dentro de una empresa, de considerarse un autónomo que vende sus servicios a cambio de una compensación económica. De esta forma, el jefe deja de serlo y se convierte en un cliente. Pero si a este cliente le dices que siempre tiene razón dejarás de ser considerado un buen comercial y pasarás a engrosar la nómina de pelotas de la oficina. Hay clientes y clientes, y lo que está bien visto para unos no lo está para otros aunque la motivación sea en ambos casos exactamente la misma.
Como con casi todo en la vida, la clave está en encontrar ese punto ideal, de equilibrio, de “sentido comercial” encaminado a conseguir los objetivos deseados sin pasarse de la raya. Ni decir “yo no le hago la pelota ni a mi padre y digo siempre la verdad” (no hay ninguna necesidad de decirle al jefe que es un calvo, inculto y analfabeto funcional, por más que pueda ser cierto, porque nosotros somos siempre sinceros y decimos lo que pensamos), ni arrastrarse como un gusano.
En un mundo ideal, a todos nos gustaría ser como Cyrano cuando el conde De Guiche le dice que el cardenal Richelieu podría conseguir que se estrenara su obra de teatro a cambio de corregir algunos versos. Cyrano le responde que su sangre se coagula pensando que se le pudiera cambiar una coma (que en francés rima – mon sang se coagule/en pensant qu’on y peut changer une virgule) y rechaza la oferta.
Es entonces cuando su amigo Le Bret le dice a Cyrano que si dejara a un lado su alma mosquetera, la fortuna y la gloria… La respuesta de Cyrano forma parte ya de la historia de la literatura universal. El más grande antipelota de todos los tiempos. Caiga quien caiga y cueste lo que cueste.
¿Qué quieres que haga?
¿buscar un protector, un amo tal vez?
¿y como hiedra oscura que sobre la pared medrando sibilina y con adulación?
¿cambiar de camisa para obtener posición?
NO, GRACIAS.
¿Dedicar si viene al caso versos a los banqueros,
convertirme en payaso, adular con vileza los cuernos de un cabestro por temor a que me lance un gesto siniestro?
NO, GRACIAS.
¿desayunar cada día un sapo?
¿tener el vientre panzón?
¿un papo que me llegue las rodillas con dolencias pestilentes de tanto hacer reverencias?
NO, GRACIAS.
¿Adular el talento de los canelos,
vivir atemorizado por infames libelos, y repertir sin tregua Señores, soy un loro, quiero ver mi nombre en letras de oro?
NO, GRACIAS.
¿sentir temor a los anatemas?
¿preferir las calumnias a los poemas, coleccionar medallas, urdir falacias?
NO, GRACIAS;
NO, GRACIAS;
NO GRACIAS…
Pero cantar… soñar… reír, vivir, estar solo, ser libre, tener el ojo avizor, la voz que vibre…
ponerme por sombrero el universo, por un sí o un no,
batirme o hacer un verso, despreciar con valor la gloria y la fortuna,
viajar con la imaginación a la luna,
sólo al que vale reconocer los méritos,
no pagar jamás por favores pretéritos,
renunciar para siempre a cadenas y protocolo.
Posiblemente no volar muy alto, pero solo.