Bolt vs. Casillas

– ¿Qué es eso de que te vas, Carlos?

– Pues eso, que me voy.

– ¿Qué puedo hacer para que lo reconsideres? ¿Es por dinero?

– Roberto, no me ofendas, que yo no soy de esa clase de gente. Nunca anunciaría que me voy para ver si consigo algo más de pasta. Te informo de que me voy, os doy las gracias por todo, lo aviso con tiempo para que busquéis un sustituto y ya está. Colaboraré en la transición al 100%

– Pero ahora que tu departamento estaba despegando… ¿de verdad que no puedo hacer nada para retenerte? ¿ni siquiera me vas a decir qué ha pasado para que sólo un año después de incorporarte te quieras marchar?

De repente Carlos, como buen tímido, estalla y zanja la cuestión de un plumazo.

– ¡Me voy porque aquí dentro hay más política que en el ministerio!

 

Carlos, con cuatro idiomas hablados y escritos a la perfección y un currículum para caerse de espaldas había decidido dejar su anterior puesto en la Administración para probar suerte en el sector privado (traducción: para ganar más dinero). Sólo un año después decide retornar a un puesto en el sector público, mucho peor remunerado, pero con muchas menos “tensiones políticas”.

El caso de Carlos no es único. De hecho, la alusión a la política es un clásico que utiliza mucha gente como autojustificación para explicar carreras profesionales no tan exitosas como a los interesados les habría gustado: “yo no he llegado más arriba porque paso de hacer política”; “yo me dedico a currar y a generar resultados, pasando de política. Y así me va”.

¿Qué hay de verdad en todo esto? ¿No es la empresa privada una dictadura del resultado puro y duro, de competencia, de la ley del más fuerte en términos de rendimiento o de meritocracia si queremos expresarlo en términos menos agresivos? ¿No era eso la esencia del capitalismo, de la empresa privada frente al sector público?

Lo cierto es que no. Éste es uno de los ejemplos en los que existe una “verdad oficial” (trabaja duro y el resto vendrá por añadidura) y una realidad subyacente, no opuesta pero sí complementaria. Veámoslo con un ejemplo:

En el año 2009, la Federación Internacional de Historia y Estadísticas del Fútbol (IFFHS) designó a Iker Casillas como mejor portero de fútbol del mundo. Ese mismo año, en el mundial de atletismo celebrado en Berlín, Usain Bolt dejó el récord de los 100 metros lisos en 9.59s.

Tenemos pues a dos deportistas, cada uno el mejor del mundo en su especialidad. Sin embargo, uno puede permitirse el lujo de no “hacer política”. El otro, no. Bolt, mientras sea el más rápido, podría meterse en una burbuja y no hablar con nadie, no ser amable con los miembros de la federación jamaicana de atletismo, no conceder entrevistas, despedir a su entrenador… Su selección para el equipo jamaicano y su condición de campeón del mundo dependen exclusivamente de que consiga parar el cronómetro antes que sus rivales. No necesita nada más.

En el caso de Casillas, por el contrario, diga lo que diga la IFFHS, levante o no la copa de campeón del mundo con su selección o de la champions league con su club, como su entrenador decida no ponerlo en la alineación, no juega. Casillas, con independencia de su calidad, depende de la opinión de terceras personas para triunfar. Bolt sólo depende de sus piernas.

En el momento en el que aparece la arbitrariedad, en el que tu carrera, tu compensación, tu promoción dependen de alguien, entonces la política aparece como un factor más a tener en cuenta junto con la profesionalidad, eficiencia y rendimiento en el trabajo. Pasa a todos los niveles, desde las pymes a las grandes empresas, incluso, como acabamos de ver, en un mundo tan expuesto a la luz y taquígrafos y aparentemente darwiniano como el del fútbol profesional. Pero quizá sea en las grandes multinacionales donde se vea más claro. Tomemos el ejemplo del Banco Santander.

Lo primero que hay que hacer al referirse a este tipo de compañías es tomar conciencia de la magnitud de su tamaño y, por tanto, de la tremenda inercia que muestran (i.e. lo poco que podemos influir a nivel individual en los resultados). Estamos hablando de magnitudes macro que no son fáciles de asimilar: una capitalización bursátil de 65.000 millones de euros, una cifra de negocio de 30.000 millones, un resultado neto de 6.000 millones, 193.000 empleados,… Estamos hablando de una compañía que vale más que el PIB de países como Uruguay, Luxemburgo o Bulgaria.

Además, Banco Santander no es un banco propiamente dicho. Es una federación de distintos bancos en diferentes países, con sus accionistas y reguladores locales, producto de distintas fusiones y adquisiciones a lo largo de los años (Santander, Central Hispano, Banesto, Abbey National, Banco Real en Brasil, Sovereign Bank en Estados Unidos, Banco Serfín en México,…).

Finalmente, no tiene dueño. O, si se quiere, tiene 3.6 millones de dueños (accionistas). Creo recordar que la participación de la familia Botín está en torno al 1%. Si me equivoco no debe ser por mucho. Ni siquiera ellos están cerca de ser los dueños del banco a pesar de la creencia popular. Cualquier jefe, jefazo o súper jefazo con el que uno se cruce es un empleado, con los mismos problemas y aspiraciones que cualquier otro (compensación, promoción, carrera) aunque los órdenes de magnitud sean diferentes.

Recapitulemos y veamos qué tenemos en la coctelera: una federación de compañías en distintos países, con una inercia en resultados prácticamente imposible de mover en un sentido u otro a nivel individual por nadie debido al tamaño gigantesco de la organización, sin dueño y donde las decisiones de promoción son tomadas por otros empleados, bien individualmente bien en comités en el mejor de los casos. Las tensiones, sanas si se quiere, entre distintos países entre sí y con la corporación central, entre distintos departamentos y personas por el control de las distintas parcelas de poder de semejante animal son inevitables. Corolario: la política es una parte consustancial al negocio.

Si detecto que mi jefe (responsable de mi promoción y compensación) está en competencia con otro departamento u otro país por quedarse con un determinado negocio dentro de su perímetro ¿me ayudaría ayudarlo a él en esa “guerra” proporcionándole, por ejemplo, información relevante aunque me salga de las tareas concretas de mi puesto de trabajo?

Ojo: no estoy diciendo que me parezca ni mejor ni peor que las cosas sean así. Me limito a constatar una realidad. Creo que es importante conocerla, conocer cuáles son las reglas reales del juego. Luego si se decide jugar o no ya es cosa de cada uno pero sin llamarse a engaño. No creo que se trate de una visión cínica. Nada sustituye al buen desempeño profesional pero, se quiera o no, muchas veces el ángulo político puede marcar la diferencia final. Y esto, con sus diferentes gradaciones, vale para cualquier empresa, grande o pequeña.

Luego está lo que realmente se entienda por “política”, qué metemos dentro de este término comodín: el arco va desde lo que los expertos en coaching como Beatriz llaman personal branding, networking, etc, hasta el peloteo puro y duro (sobre el que escribiré un post aparte). Por eso digo que, sabiéndolo, cada uno puede situarse en la escala donde se encuentre más confortable siempre que entienda y asuma las consecuencias en cada caso.

En un mundo ideal todos nos acercaríamos a la situación de independencia de Bolt lo más posible. En la vida real, quizá tengamos que decirle a Mourinho de vez en cuando lo bien que le queda la corbata.

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